El primer caso del inspector Kurt Wallander. Un anciano despierta con una extraña sensación y «la yegua no ha relinchado esta noche». Algo debe haber ocurrido a los vecinos de la granja. Efectivamente, el matrimonio ha sido salvajemente torturado. Si bien el hombre está muerto, la mujer está aún con vida. Antes de que fallezca pronunciará una palabra que desencadenará otras desgracias.
La persona a la que transmiten el aviso del anciano es nuestro inspector Wallander que hará las veces de jefe de comisaría, ya que el responsable se encuentra de vacaciones en España. Durante la investigación iremos conociendo la situación de los demandantes de asilo, la soledad de esas granjas y esos ancianos que viven aislados. En paralelo, profundizaremos en la vida del propio Wallander. Entrado en la cuarentena, es abandonado por su mujer, Mona. Es incapaz de aceptar que se divorciarán. Su hija Linda apenas tiene trato con él y está saliendo con un estudiante de medicina, de Kenia. De su padre sólo recibe reproches cada vez que lo visita y peligrosamente se desliza por la senda de la senilidad. El alcohol es más de una vez el recurso fácil para dejar de pensar, aunque se juegue su carrera conduciendo ebrio o se comporte groseramente con la fiscal Anette Brolin. También ama la ópera y tiene algunas noches sueños eróticos con una negra. Por último destacar el clima que, como en toda novela nórdica, será un personaje más con el viento, tormentas y temperaturas gélidas y unos paisajes y carreteras que teñirán todo de una sensación triste, melancólica.
Wallander no es un detective de acción aunque no falta alguna persecución alocada. Se lleva todos los golpes de forma que, durante más de la mitad de la novela, su rostro no tiene ni el tamaño, ni el color natural de la piel. Su imperfección, sus sentimientos, sus reproches, sus problemas de peso, su dieta e impuntualidades lejos de convertirlo en un personaje antipático, lo hacen más humano y más cercano.
Un caballero solitario, sin dama, ni escudero (no se encariñen con Rydberg)