Hoy en día estos tres autores: Dashiel Hammet con El halcón maltés (1930) o La llave de cristal (1931), James M. Cain con El cartero siempre llama dos veces (The Postman Always Rings Twice, 1927) o Perdición o Pacto de sangre (Double Indemnity, 1936) y Raymond Chandler con El sueño eterno (The Big Sleep, 1939) son considerados como tres autores fundamentales del género negro. Sin embargo, si del autor de El largo adiós hubiera dependido, habría tachado de la lista el nombre de James M. Cain.
En el ensayo clásico de Chandler El simple arte de matar, él tiene palabras de admiración y reconocimiento hacia Hammett «les hizo hablar (a los criminales) tal y como eran y pensar como ellos lo hacen normalmente… Él era libre, frugal, «hardboiled», pero logró una y otra vez lo que hacen los mejores escritores. Escribió escenas que parecía que nunca se habían escrito antes».
Por el contrario, en su carta a James Sandoe, el responsable de la publicación «Atlantic Monthly», Chandler expresaba claramente que «siempre me ha irritado que me comparasen con Cain. Mi editor pensó que era una buena idea porque él había tenido un gran éxito con El cartero siempre llama dos veces (The Postman Always Rings Twice), pero con todo lo que yo pueda tener o carecer como escritor, no soy para nada como Cain. Cain es un escritor del tipo «falso ingenuo» que me desagrada especialmente».
Irritado por las comparaciones de su obra con la de Cain, en una carta al editor Alfred Knopf (el mismo que publicó la primera novela de Cain) se desahogó describiéndolo como «un Proust con mono grasiento… Esa clase de gente es la bazofia de la literatura, no porque escriban cosas sucias, sino porque lo hacen de una forma sucia» y concluía su misiva con un desesperado «Por el amor de Dios ¿yo soy como eso?»
La ironía de la vida hizo que Chandler reverdeciera sus laureles como guionista, junto a Billy Wilder, en la adaptación de la novela de James M. Cain Perdición (Pacto de Sangre en Hispanoamérica). Particularmente, si me dan a elegir entre los tres estilos: el lacónico de Hammett, el literario de Chandler y el dinámico de Cain, me quedo… con los tres. Siempre me ha gustado la buena literatura.