La ventana alta es la tercera entrega de Philip Marlowe. Si con la anterior, Adiós, muñeca (Farewell my lovely, 1940), la editora, Blanche Knopf, no había quedado satisfecha con las ventas, no pudo hacerse ilusiones cuando en marzo de 1941 recibió el primer borrador de La ventana alta y una carta en la que Chandler le decía: «Me temo que el libro no te va a parecer nada bueno. No hay acción, no hay personajes creíbles, no hay nada de nada. El detective no hace nada». Sin embargo, este Marlowe es diferente de los anteriores. El escenario de Los Ángeles cambia de la parte glamurosa de El sueño eterno (The Big Sleep, 1939) a otra que aspira a serlo y sin poder. La casa de la señora Murdock no será la de los Sternwood. De hecho, será un remedo de lo que fue y ya no es.
«Lo único que sabía de aquella gente era que se trataba de una tal señora Elizabeth Bright Murdock y familia, y que dicha señora quería contratar a un detective privado bueno y limpio, que no tirara al suelo la ceniza del puro y que nunca llevara más de una pistola. También sabía que era la viuda de un viejo imbécil con patillas llamado Jasper Murdock, que había ganado un montón de dinero en pro de la comunidad y cuya foto salía todos los años en el periódico de Pasadena».
La señora Murdock encargará a Marlowe para que recupere una moneda de oro, el doblón Brasher, valorado en más de diez mil dólares y cuyo robo aún no ha denunciado porque cree que ha sido su nuera, Linda Conquest, una cantante en clubes nocturnos. Es la mujer que «el maldito idiota» de su hijo eligió «o que lo eligió a él», por eso quiere que también consiga que ella firme los papeles del divorcio. No será sencillo, Linda Conquest «se marchó de repente, hace una semana o así, sin dejar ninguna dirección y sin despedirse». La señora Murdock no se percató del robo hasta que su hijo recibió la llamada de un numismático, el señor Morningstar, quien le preguntó si el doblón estaba en venta. Le facilitará una fotografía de Linda Conquest. La señorita Davis, la secretaria de la señora Murdock, le dará la pista de que Linda Conquest compartió piso con Louis Magic y le entregará de un cheque por doscientos cincuenta dólares. La despedida entre la señora Murdock y Marlowe define a los personajes:
«Me dejó llegar hasta la puerta y entonces gruñó a mis espaldas.
-No le gusto mucho, ¿verdad?
Me volví sonriéndoles, con la mano en el picaporte.
-¿Le gusta usted a alguien?»
Marlowe irá avanzando con cada una de las pistas que le han facilitado: la amiga de Linda, el doblón, el hijo… a pesar de que la gente le mienta, se enfrente con él y le amenace o le retiren del caso. Como en todas las buenas novelas, más que el final, lo importante es el camino. Así, al poco de comenzar el hijo de la señora Murdock confiesa a Marlowe la deuda de doce mil dólares que ha contraído con Alex Morny, quien regenta un club nocturno con mesas de juego (¿puede un doblón de oro pagarlas?), a su vez el tal Morny está casado con una rubia que tiene «un amigo muy majo. Te echas un amigo que no trabaja y uno que sí trabaje y ya te lo tienes montado», la secretaria de la señora Murdock aguanta sus abusos porque tiene una deuda con ella, pero traiciona su confianza con su hijo…
No podían faltar las fuerzas del orden. En La ventana alta habrá dos policías que aparecerán cada vez que Marlowe encuentra un asesinado (habrá unos cuantos). Será una relación cordial, no exenta de sus momentos de tensión y reproches. Los diálogos y las descripciones de Marlowe son siempre una delicia y de leer y releer y rara vez no dibujan una media sonrisa en el lector. Además nos encontraremos con más de un guiño, como el que hace a Pinkerton (¿Hammett?) cuando Marlowe se cruza con un detective aficionado quien le entrega una tarjeta «nuevecita (…) en la esquina superior izquierda había un ojo abierto, con una ceja arqueada en gesto de sorpresa y unas pestañas muy largas.
-No puedes usar eso -dije, señalando el ojo-. Es el emblema de Pinkerton. Les estás pisando el negocio».
O la escena en la que «El hombre con la camisa negra y el pañuelo amarillo me miraba con sonrisa burlona por encima del New Republic.
-Debería dejar esas tonterías e hincarle el diente a algo con más sustancia, como una revista pulp -le sugerí, solo por ser amable. Salí. Detrás de mí, alguien dijo:
-Hollywood está lleno de tipos así.»
Poco después Chandler sería uno de ellos.
A la diferencia de otras novelas, Chandler no canibalizó otros relatos para crear La ventana alta. Sin embargo, como apunta Tom Williams (Raymond Chandler, a Life, editorial Aurum Press, 2012), una de las escenas, en la que Marlowe se encara con los dos policías que le interrogan y mencionan el caso Cassidy está basado en suceso caso real: «la muerte en 1929 de Ned Doheny, el hijo de un megamillonario barón del petróleo, y su secretario, Hugh Plunkett». Esta escena en la que Chandler denuncia como todas las instancias taparon un asesinato porque era el hijo de quien era, servirá como alegato de la integridad moral de Marlowe: «Hasta que vosotros no tengáis vuestras almas -contesté- no tendrán la mía. Mientras no se pueda confiar en que ustedes, todas y cada una de las veces, en todo momento y en cualquier circunstancia, buscarán la verdad y la encontrarán, caigan las cabezas que caigan…, hasta que llegue ese momento, tengo derecho a hacer caso a mi conciencia y proteger a mi cliente de la mejor manera que pueda. Hasta que pueda estar seguro de que no le harán a él más daño que el beneficio que le hacen a la verdad». En un mundo donde la apariencia y la realidad es pura contradicción, Marlowe se erige como una figura íntegra que detesta ese doble juego: «A diez metros parecía una mujer con mucha clase. Pero a los tres metros parecía una cosa diseñada para ser vista a diez metros. La boca era demasiado ancha, los ojos demasiado azules, el maquillaje demasiado intenso, el fino arco de sus cejas era casi fantástico por su curvatura y longitud, y las pestañas estaban tan recargadas que parecían una verja en miniatura».
Hablando de juegos, Marlowe echa partidas de ajedrez en solitario a lo largo de la novela y ésta concluirá con una partida de ajedrez, nuevamente solo contra el mundo.
Termino la reseña con una curiosidad, la editorial Knopf lanzó una primera impresión de seis mil ejemplares de La ventana alta. Sin embargo en octubre de 1942, las ventas no habían superado los cuatro mil ejemplares y la novela había pasado sin pena ni gloria en Estados Unidos, mientras que en Reino Unido había sido reseñada en el Times Literary Supplement. El 22 de octubre escribió una carta a su editora, Blanche Knopf en la que le decía «Espero que llegue el día en que no tenga que andar con Hammett y James Cain, como el mono de un organillero». No era consciente de que había escrito una buena novela, ni que su suerte cambiaría el año siguiente.