Mañana es el día siguiente es la segunda novela de Mario Marín. Si la primera, El color de las pulgas, estaba ambientada en un barrio onubense y como protagonistas un grupo de jóvenes, en Mañana es el día siguiente tendremos un ambiente rural y un protagonista absoluto, Samuel, al que su amistad con Pedro, «cinco años más nuevo que yo y tenía su propia gente. Pero sí hacíamos la misma ruta: mismos bares, misma droga y mismas discotecas», le llevará a aceptar la propuesta de cuidar de su huerta cerca de la ciudad. Pedro se va con una contrata a Ferrol y su hermano, Enrique, «no quería campo, que solo de su trabajo a casa y su mujer y su niña. Y su madre». Pedro le deja todo pagado, Samuel sólo ha de ir dos o tres veces por semana y, loco por el correr, tendrá el aliciente de poder hacerlo entre pinos, terrenos desiguales…
Además, Samuel contará con la ayuda de uno de los lugareños, Jacinto, quien le irá resolviendo las dudas y dando consejos para el cuidado de las plantas. Samuel se pone manos a la obra y poco a poco se va haciendo con las artes de agricultor. A propuesta de Jacinto, en abril, plantará alcauciles. No todo es perfecto. Un día descubre que un perro negro ha entrado en su huerta y le está pisoteando las tomateras, el perejil y los alcauciles. El dueño, Fidel, se disculpa y lo disculpa «es un cachorro todavía» y «no sabía que te estaba haciendo daño». Samuel lanza una advertencia: «si entra otra vez lo mato».
Para Samuel, Fidel es «un idiota, un hippie idiota viene con su perro suelto y majara, viene dando un paseo de hippie, con el paso lento y los ojos espiritados de porro tempranero, un idiota con sus siete chacras en perfecto estado» y recordando lo que ocurrió después «sé que lo que pasó duró más de lo que tuvo que haber durado. Más de lo que cualquiera puede aguantar. Un merecimiento alargado. Pero me llené de asco y no se me iba. Soy malo para enfriarme».
Antes de que suceda ese hecho por el que Samuel espera al principio de la novela que en «cualquier momento vendrán y me llevarán. Estaré en la terraza, viendo algún catálogo de los van Eyck, o de Botticcelli, o de Ribalta. Entrarán con un ariete gritando que al suelo y me dejaré coger», Fidel con su perro continuará pasando por las mañanas delante de la huerta de Samuel y éste seguirá afanado en el cuidado de sus plantas y continuando con su vida en la ciudad. Unos meses más tarde el perro volverá a meterse «Fidel empezó a llamarlo con verdadera preocupación e insistencia (…) Le dijo muchas veces que volviese con él, que ya bastaba, que era malo y que lo iba a castigar (…) Yo dejé lo que estaba haciendo y me senté en las escaleras del porche. El asco estaba otra vez con una densidad de melaza, y no me sorprendía. Como comer un Trident Watermelon sabiendo que es el sabor fruta más conseguido. Fidel seguía en el carril , diciéndole algo a Bruno que yo ya no oía. Le ponía su índice cerca del hocico y lo movía haciendo el no. Bruno meneaba el rabo y acezaba nervioso. Yo llamé a Fidel.
-Fidel… ¿Puedes entrar?»
A partir de aquí Mario Marín invitará al lector a vivir una historia con su propia lógica, cargada de conocimientos y razonamientos, que harán que comprendan la conducta de Samuel. El autor desplegará imágenes poéticas, con un lenguaje cuidado que mezcla lo coloquial, engañosamente sencillo, y lo artístico con el que se describen colores y se establecen semejanzas. No en vano, Samuel es un gran conocedor del arte gracias a la afición que su abuelo analfabeto le inculcó a través de las imágenes de los «diez tomos de la Historia del Arte y los tres del Gran Atlas de la Pintura, todo de Salvat». También Mario Marín integra sentimientos y comparaciones de la faceta deportiva de Samuel. «Es un pinchazo que te deja terminar, que te duele, pero que te deja terminar. En esos dos kilómetros no piensas en el dolor, es más si te dejará correr la semana siguiente o si cuando enfríe será peor de lo que parece. Ahí en tu cabeza se instala una desazón irracional y aparece un aborrecimiento hacia todo y hacia nada. No tienes a quien culpar; el calentamiento y el ritmo han sido correctos y ha dado igual, el pinchazo está ahí y no sabes a quién dirigir tu asco».
El mundo de Samuel no se circunscribe a la huerta, aunque vaya aumentando su importancia a medida que pasamos las páginas. Así conocerá a Fátima en una heladería que frecuenta en Huelva y, en el campo, entablará amistad con otro lugareño, Fernando.
El miedo a ser descubierto por lo que Samuel hizo se verá acrecentado por las visitas inesperadas a su huerta por vecinos o por la guardia civil que le preguntará varias veces si ha visto algo raro o extraño por la zona y por «un varón, probablemente mediana edad o mayor (…) de movimientos desconfiados, receloso, mirando siempre atrás, a los lados; algo raro».
Si quieren leer una novela original, de verdad, no el enésimo remedo, sino una novela de literatura, luego le añadimos el adjetivo de negra, no pueden perderse Mañana es el día siguiente.