Luna caliente es la tercera novela de Mempo Giardinelli y la primera que recibió el Premio Nacional de Novela en México en 1985. La primera porque Mempo Giardinelli era un argentino que se había exiliado en este país, en 1976, huyendo de la censura. El trasfondo de Luna caliente transcurrirá durante el comienzo de la dictadura militar en Argentina.

Ramiro acude la cena de bienvenida que le han preparado un médico y su esposa, amigos de su padre. Ramiro ha pasado unos años en Francia donde se casó y se divorció. En esa cena está la hija del matrimonio, Araceli. «Ramiro la miró y supo que habría problemas. Araceli no tenía más de trece años». Durante la velada, Ramiro sorprende a la chica mirándole y algunos gestos que interpreta como insinuantes «al cabo del segundo café, y bajo la mesa los pies fríos, desnudos, de Araceli le tocaron el tobillo, casi casualmente, aunque acaso no» o «ella tenía sus ojos clavados en él». Acabada la cena, Ramiro no se va a su casa, simula que se le ha averiado el coche y los anfitriones le alojan en la casa. Él aguarda a que venga Araceli a su habitación, pero Araceli no aparece. «Algo le decía que ya sabía lo que iba a pasar, su propia ansiedad le anuncia una tragedia. El miedo y la excitación que sentía lo bloqueaban y sólo podía escapar actuando, sin pensar, porque la luna del Chaco estaba caliente esa noche, y el calor era abrasador. Porque el silencio era total y el recuerdo de Araceli era desesperante y su excitación incontenible».

Ramiro entra en el cuarto de Araceli y la viola. Luego, decide huir de la casa y planea salir del país «no se entregaría, no, no podía aceptar la idea del repudio de la gente, de su familia, de sus amigos que sólo tres días antes, al regresar al Chaco después de ocho años, lo habían recibido con el antiguo cariño, con esa especie de admiración que produce, a los provincianos, el que un conterráneo haya recorrido el mundo».

Sin embargo, el doctor se presenta de improviso, se sube al coche y le obliga a que vayan a tomarse una última copa a una localidad cercana.

Los tormentos de Ramiro comienzan: ¿habrá tenido el doctor tiempo de haber visto a su hija muerta? ¿le estará preparando una trampa?, el tiempo pasa y cada hora que transcurre significa que hay menos opciones de que pueda alcanzar la frontera antes de que amanezca y aumenta la probabilidad que de pudieran dar la voz de alarma las autoridades. Descartada la huida, Ramiro idea un plan para intentar salir exculpado del asesinato y violación de Araceli, aunque para ello no dudará en cometer otro crimen.

La Luna caliente que enloqueció a Ramiro esa noche parece continuar con su influjo, por cuanto la realidad no es como el protagonista (y el lector) ha interpretado, tampoco las consecuencias de sus actos. Porque no hay verdad, las fuerzas del orden, los militares de la dictadura («Este país es una mierda, Ramiro. Era hermoso, pero lo convirtieron en una completa mierda») paradójicamente no están interesados en dar con el culpable o hacer justicia, la verdad no es un fin, sino en un medio para asegurarse la fidelidad al régimen del prometedor Ramiro. 

La justicia acabará abriéndose paso, pero no una justicia humana, sino el destino del que uno nunca podrá escapar.   

Una novela corta que sorprende de página en página, con una prosa que fluye y que nos envuelve en la nebulosa de los recuerdos, pensamientos y sentimientos de Ramiro. Un personaje que inicialmente se nos presenta abocado al éxito, pero en el que se oculta un ser despiadado, inmaduro y egoísta al que nadie parece descubrir, salvo el militar encargado del caso. Luna caliente contiene escenas inolvidables, momentos que alteran el relato previsto y con un giro final que le dará todo el sentido al sinsentido de Ramiro. No se la pierdan.

Por último, como curiosidad, durante su exilio en México, Mempo Giardinelli se encontrará con Juan Rulfo y nacerá una amistad o, como recordaba el mismo autor, una «relación íntima si por tal se entiende el haber tenido la oportunidad –el privilegio– de reunirme con él a charlar y tomar cafés todos los viernes durante casi cinco años, y el haber sostenido largas conver­saciones peripatéticas por calles de México y también de Buenos Aires». 

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