Muerte en abril es la segunda entrega del detective privado Ricardo Blanco a quien conocimos en Quince días de noviembre. En esta ocasión, el amigo de Ricardo Blanco, el inspector Álvarez, se enfrenta con el hallazgo del cadáver de Mario Bermúdez «bajo la ducha, con un sostén de encaje color teja y bragas y liguero haciendo juego». El hallazgo se ha producido tres días después de su muerte, «hay que joderse que uno viva en un piso de mierda con paredes de cartón piedra en las que cualquier susurro retumba igual que un trueno y nadie haya oído nada, porque una cosa está clara, señores, este tipo tuvo que agitarse como un cerdo mientras se moría; y el olor, coño, la peste que destila». La opinión del forense es que «este tipo se ha pasado de revoluciones en su último polvo, manía de experimentar nuevas sensaciones, carajo, si en el amor y en la guerra está todo inventado. Pues ¿ve aquí y aquí estar marcas violáceas? Esto no lo hacen las manos. Tiene el pescuezo quebrado como si fuera un pollo. Busque por ahí y encontrará el cordón de una bata, un cable grueso fuera de lugar o algo por el estilo». En la escena del crimen no hay huellas, ni nadie había robado. Mario Bermúdez, un hombre discreto, un vecino ejemplar. La policía sólo tiene la pista de una mujer que visita a la víctima, pero a la que no localizan.

En una semana sucede un nuevo asesinato: Carlos Ventura «un crimen en toda regla. Lo mataron. Igualito que a Bermúdez. También viernes. Salvo en la ropa que le dejaron puesta. Esta vez era un canesú, una especie de camisón festoneado en azul añil que le daba al cadáver un aspecto estrambótico y grotesco».

No hay ningún nexo de unión entre los dos asesinados. Sin embargo, en la oficina de Ricardo Blanco aparece Lola. Lola es la mujer que visitaba la casa de la primera víctima, Mario Bermúdez. Ella fue la primera que le vio «tieso, con esas ridículas ropas y su mirada fija». Se asustó y no acudió a la policía por miedo que les relacionaran. El detective tendrá que hacer equilibrios para no delatar a su cliente y, al mismo tiempo, ayudar a su amigo, el inspector Álvarez, el cual está recibiendo todo tipo de presiones para resolver los dos asesinatos y la prensa que encuentra un filón en ellos. La tensión aumentará al máximo cuando haya un tercer muerto y, aunque aparezca también vestido con ropa interior femenina, habrá un detalle que lo diferenciará de los otros dos. Un nuevo caso, en el que Ricardo Blanco volverá a arriesgar la vida por dar con el criminal y resolver el caso.

En Muerte en abril, Ricardo Blanco ha encontrado una pareja, Malena, que «tiene los labios más sensuales que he besado. Dan ganas de comérsela a mimos, de pegarse a su boca y dejarse morir». José Luis Correa hará siempre gala de esa sorna y humor negro, por veces rozando el surrealismo como el encuentro entre Ricardo y Malena. Además habrá crítica a la prensa amarillista en la figura del periodista Melo Torres, al inspector Álvarez «le tocaba mucho las narices la frivolidad con que trataba todo. El periodista no mostraba ningún tipo de respeto hacia la vida, y menos que nada, hacia la muerte de la gente» y los titulares que iremos leyendo de los distintos periódicos.

También hay guiños al caso anterior de Ricardo Blanco, Quince días de noviembre, y a su relación con María Arancha Manrique, habrá personajes que cobren más protagonismo como el forense Santa Ana, el cual pese a la tópica enemistad con la policía por la premura de obtener conclusiones de la autopsia ayuda al inspector Álvarez; el abuelo de Ricardo Blanco nos continúa dando consejos y lecciones de vida; Pancho Viera «un matasanos sin diploma, ni licencia» al que Ricardo Blanco recurrirá… Todo ello compone un universo particular con Las Palmas de escenario, donde con humor, amor, humanidad, acción y misterio a partes iguales José Luis Correa nos tiene enganchados de principio a fin. Maigret y Marlowe en Las Palmas.

«Susana, la esposa del inspector Álvarez, era calcada a la del comisario Maigret, parecía que Simenon había pensado en ella para afianzar su personaje. O tal vez sea las esposas de los policías eran igual en todas partes, en París y en Las Palmas, en la ficción y en la realidad».

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