El hombre que se esfumó es la segunda entrega de la serie de Martin Beck, el policía que conocimos un año antes en Roseanna. Si en la primera novela teníamos una investigación policial de principio a fin, en esta ocasión cambiará el registro, la localización y las circunstancias. Para empezar, Martin Beck se va de vacaciones sabiendo que «pronto tendría que abandonar todo aquello y trasladarse a la Jefatura Sur de Policía, en el conflictivo barrio situado en los alrededores de Västberga Allé». Pasa la primera tarde en familia y a la mañana siguiente recibe la visita de una lancha motora que ha de llamar «cuanto antes» a Hammar, el inspector jefe.

-Lo siento mucho, Martin, pero he de pedirte que vengas cuanto antes. Puede que tengas que sacrificar el resto de tus vacaciones. Bueno, retrasarlas (…)

-Sale un barco dentro de una hora -dijo mirando hacia el sol reluciente de la bahía a través de la ventana manchada de restos de moscas- ¿Qué es eso tan importante? ¿Kollberg o Melander no pueden…?

-No, tienes que encargarte tú. Por lo visto, alguien ha desaparecido»

Según le informan en el Ministerio de Asuntos Exteriores, el desaparecido es Alf Sixten Matsson «periodista. Trabaja principalmente en revistas y en la televisión. En el cine. Un escritor muy inteligente». No da señales de vida desde hace diez días, «no se han llevado a cabo pesquisas. Ni nadie va a hacerlo». Las «circunstancias son excepcionales. Alf Matsson partió en vuelo a Budapest el 22 de julio, enviado por su revista para escribir un par de artículos. El lunes siguiente iba a llamar a su oficina, aquí en Estocolmo, para dictar el texto de la columna que escribe todas las semanas. Pero no lo hizo». Sus pertenencias continúan en el hotel de Budapest, ni su exmujer, ni sus compañeros de redacción saben dónde se encuentra. El director de la revista ve en la desaparición de su colaborador «tras el Telón de Acero», la posibilidad de dar un notición. El Ministerio de Asuntos Exteriores ha conseguido parar una semana la publicación de dicho artículo, pero «si antes de la próxima semana Matsson no da señales de vida, o si nosotros no logramos encontrarlo… Bueno, entonces va a arder Troya».

Antes de partir a Hungría, Martin Beck recaba toda la información que puede de la gente del entorno de Alf Matsson: su exmujer, tres compañeros periodistas con los que solía beber… sin que saque nada en limpio. Sí, había «echado a perder sus vacaciones. Además su mujer no parecía comprender que sus posibilidades de elección no habían sido precisamente muy grandes. Había hablado con ella por teléfono la noche anterior, para intentar explicárselo, pero no tuvo mucho éxito.

-No te importamos un pimiento ni yo ni los niños -le dijo ella. Y un momento después-: Debe de haber otros policías además de ti. ¿Es que tienes que aceptar cualquier misión?»

Con un plano en la mano y ciertas dificultades de comunicación con los húngaros, trata de recorrer las mismas calles que el desaparecido, encontrarse con las personas con las que supuestamente debería haberse entrevistado para sus artículos, pero nadie le  vio. «En todo aquello había algo que no funcionaba. Algo que definitivamente, no era como debía ser. Pero aún no sabía qué».

Finalmente dará con un hilo del que tirar, pero estamos en Hungría, en la guerra fría y él es un policía sin misión oficial, ni permiso solicitado. Se dará cuenta de que alguien le sigue, ¿le han registrado la habitación?… Porque se va desvelando que Alf Matsson no era un simple periodista y puede estar implicado en su desaparición «una deportista de segunda fila», una nadadora. Sin embargo, a cada nuevo descubrimiento, al poco Martin Beck parece encontrarse en un nuevo callejón sin salida, en una ciudad desconocida, solo y con la espada de Damocles del tiempo para resolverlo antes de que se salte el escándalo. Transcurren los días y de repente todo irá tomando un nuevo cariz, una mujer que se presta a ayudarle, parecerá tener segundas intenciones…

El hombre que se esfumó es por momentos un relato de espías y suspense y por momentos una novela de misterio con un enigma aparentemente irresoluble. Como lectores sabremos lo mismo y al mismo tiempo que Martin Beck. Deberemos juntar las piezas del rompecabezas que nos dan los diferentes personajes en una ciudad extraña y con aliados que se pueden volver enemigos a medida que avance en sus pesquisas. Budapest es otro personajes más y a veces es pintada con tintes románticos como esos barcos de vapor que surcan el Danubio, pero en los que Maj Sjöwal y Per Wahlöö introducen la zozobra. Sirva esta escena de ejemplo: «Tras desvestirse, permaneció un rato junto a la ventana abierta, aspirando el cálido aire nocturno. Un vapor de ruedas se deslizaba por el río, profusamente iluminado con farolas verdes, rojas y amarillas. Había gente bailando en la cubierta de popa y la música se abría camino, a ráfagas, río abajo. En la terraza, frente al hotel, aún había algunas personas sentadas. Una de ellas era un hombre alto, de treinta y tantos años, pelo negro y ondulado. Tenía delante un vaso de cerveza y, por lo visto, había pasado por casa y había cambiado el traje azul por otro gris claro».

Como curiosidad, al principio de la novela, se menciona la posibilidad de tener un segundo caso de desaparición, como la del diplomático sueco, Raoul Wallenberg. Éste, tras salvar a miles de judíos húngaros del Holocausto, fue acusado por los soviéticos de ser un espía estadounidense y enviado a prisión en Moscú. Solo en 1957 (nueve años antes de la publicación de El hombre que se esfumó) el gobierno soviético confirmó que había Raoul Wallenberg había muerto en 1947.

Por último, como reconoció el propio Mankell, el inspector Wallander no habría sido posible sin la irrupción de Maj Sjöwall y Per Wahlöo con su Martin Beck en la novela nórdica. Si tienen oportunidad, lean Los perros de Riga de Mankelll, también segunda entrega de la serie de Wallander, y se encontrarán con un inspector en Letonia, aún con la sombra de los antiguos partidarios de la URSS y con las dificultades para hacerse entender y comprender en un idioma que no es el suyo y solo. Ahí lo dejo…

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