En 1964, John McDonald nos presentó su detective privado Travis McGee en cuatro novelas. La primera llevaba por título Adiós en azul (The Deep Blue Good-Bye) y la segunda, Pesadilla en rosa (Nightmare in Pink), la que reseño. La serie de McGee se compone de veintiuna entregas. La última saldría en 1985, La solitaria lluvia plateada (The Lonely Silver Rain). Todos los títulos harán referencia a un color.
Travis McGee es un detective que continúa en la línea de Philip Marlowe, pero con variantes interesantes. Es un caballero andante, pero no solitario. A McGee no le faltan mujeres, ni amores, ni sexo aunque uno sepa que no durarán mucho. Es un detective con moral, pero una moral particular. Un personaje contradictorio y consciente de sus contradicciones. Un detective con una visión crítica y una mentalidad diferente de la reinante. Para empezar, McGee no vive en un apartamento en Nueva York, San Francisco o Boston. Él vive en su barco, el Busted Flush, «atracado en el amarre F-18, Bahía Mar, Lauderdale, mi casa flotante de dieciséis metros de eslora a la que puedo invitar a bordo a todo tipo de monadas». McGee sólo abandona su barco y sus travesías cuando se le va a acabar el dinero o se lo pide un amigo. En este caso, Mike, un compañero de armas de la guerra de Corea, ciego, en silla de ruedas y con graves secuelas por una bomba que estalló en el cuartel cuando McGee estaba de permiso. McGee estaba de permiso porque le había ganado una apuesta, si no él habría sido el que estuviera en la cama del hospital pendiente de la enésima operación y sin saber si saldría vivo o no. McGee se siente culpable como le explica a Nina, la hermana pequeña de su compañero de armas «porque me alegro de que eso le sucediese a Mike y no a mi notable y valioso yo de aquel entonces. No quiero alegrarme por eso, pero lo hago. Y después hay otro tipo de culpabilidad. Lo he visitado de media una vez al año».
McGee tiene esta conversación con Nina porque Mike le ha encargado que investigue la muerte de su prometido, Plummer, aunque ella se resista y dé por buena la versión oficial que implicaría que Plummer no era el contable íntegro que ella se había imaginado. McGee que es consciente de que «llevar una vida de zángano playero cuesta dinero, si uno lo quiere hacer con estilo» convencerá a Nina a su manera: «A Plummer lo mataron en agosto. La policía abrió una investigación. Puedo entrar en escena aparatosamente y contarles que Plummer tenía una buena suma de dinero escondida y ahora la tiene su novia, y dejar caer que tal vez haya algún tipo de conexión entre ambas cosas». Y es que a McGee le «gusta acudir al rescate cuando huelo que hay dinero».
El homicidio de Plummer por resistirse a un atraco en la calle pronto se revelará como un asesinato premeditado. Todo apunta a posibles irregularidades en la banca de inversión en la que trabajaba, Armister-Hawes, con sucursales en Londres, Bruselas y Lisboa y que, desde hace algún tiempo, ha cambiado de estrategia empresarial.
La relación entre Nina y McGee pasará del rechazo inicial a una aproximación que acabará en… ¿romance con la hermana de su amigo? No, hay fronteras que uno no debe cruzar ¿o sí? Habrá más mujeres en esta historia, rara será la que no se le insinúe a McGee, en sus propias palabras, «un tipo de ojos claros y cabello encrespado al que le gusta ligar; ese tío corpulento y bronceado, bohemio». Y es que, para llegar al fondo del asunto, McGee habrá de introducirse en el círculo cercano de Charlie Armister, dueño de la banca de inversión. Para ello, tirará de agenda y se encontrará con Terry («Yo ya soy demasiado vieja para ti, cariño. Pero no demasiado vieja para pensar en llevarte a la cama») la cual urdirá un plan que no saldrá como previsto (McGee dormirá en una escena muy parecida al Marlowe de Adiós, muñeca). McGee habrá de rehacerse de este revés para dar con los culpables y proteger a su círculo. No les contaré más del argumento de la novela, sí del personaje.
Antes mencionaba la visión crítica del detective, les citaré tres ejemplos. El primero, cuando McGee espera a Nina en la oficina de mercadotecnia donde trabaja como diseñadora:
«Botellas con un zumo que cuesta tres centavos más un mejunje homogeneizado que vale dos centavos más televisión en horario de máxima audiencia igual a 28 millones de unidades vendidas anualmente a 69 centavos cada una. Este es el motor de la América industrial».
El segundo ejemplo, cuando Nina le presenta una campaña de un jarro y le explica que «lo que resulta verdaderamente comercial es cierta vulgaridad elevada justo lo suficiente para parecer de buen gusto. Y los mejores en este negocio son los que tienen la capacidad de presentar ese tipo de mierda de la manera más natural y creerse de verdad que es estupenda».
Último ejemplo: En una fiesta en «la privilegiada zona alta de la ciudad» a la que McGee acude acompañando a Nina, el detective afirma que «podía identificar perfectamente los arquetipos: los ariscos y tristones jóvenes barbudos y sus novias sin sujetador calzadas con bailarinas, el Maricón Petulante, la Danzarina Orgiástica, el Negro Simbólico, las Parejas Lanzadas, la Bollera Celosa, el Dramaturgo a punto de Triunfar, la Chica que Vomitará Dentro de un Rato, el Comunista Simbólico, la Ninfómana Tradicional, el Turista Entusiasta y el Viejo Escultor Sabio con Halitosis».
Varias de las novelas de MacDonald han sido llevadas al cine o directamente a la televisión. Sin embargo, una de ellas, The Executioners, ha sido adaptada en la gran pantalla no una, sino dos veces y con actores de la talla de Gregory Peck, Robert Mitchum y después Robert De Niro y Nick Nolte… Eso es: El cabo del miedo.
Como curiosidad, John MacDonald no estuvo en la guerra de Corea como su detective, sino que participó en la Segunda Guerra Mundial, como oficial de inteligencia en China y el sudeste asiático. Desde allí, en 1945, le envió a su mujer una historia corta. Ella decidió por su cuenta enviarla a Esquirre, donde la rechazaron. No cejó y la envió a otra revista, Story magazine y se la publicaron. Acabada la guerra y fuera del ejército, MacDonald recibiría cientos de rechazos, pero vendería casi quinientas historias a diferentes revistas y de tema variado: oeste, ciencia ficción, aventuras, misterio… En los años cincuenta con el boom del libro de bolsillo daría el salto a la novela y una década después: Travis McGee. No se lo pierdan.