El último beso tiene un comienzo para enmarcar, no en vano Crumley invirtió dos años en escribirlo, el resto de la novela en un año: «Cuando por fin di con Abraham Trahearne, estaba tomando cerveza con un bulldog alcohólico de nombre Fireball Roberts en un antro destartalado de las afueras de Sonoma, California, apurando hasta la última gota de una hermosa tarde de primavera».
El que ha encontrado a Trahearne, un escritor de éxitos pasados, es C.W. Sughrue, un exmilitar, metido a detective privado y que regenta un local de estriptis. La exesposa de Trahearne le contrató porque él «tenía una salud pésima y una desmesurada afición a la bebida, que quería que le buscase y pusiera fin a su periplo etílico antes de que el alcohol lo matara prematuramente». Así sabremos que Sughrue había estado recorriendo todo el Oeste durante semanas y «aunque compartía sus gustos en cuestión de bares, tuve que entrar y salir de tantos que al final todos me parecieron un mismo local infinito». La afinidad llega al punto de que «una vez hasta eché un polvo con la misma prostituta, joven y triste, en un campamento en las afueras de Nevada». En más de una ocasión perderá el rastro, pero la exmujer de Trahearne no escatimará dinero y le facilitará la tarea al detective dándole la pista de la atracción «extraña con los perros de bar» de su exmarido.
En ese bar se desencadenará una trifulca que acabará con Trahearne en el hospital. Esto provocará que Sughrue deba quedarse en Sonoma unos días hasta que el escritor reciba el alta y pueda escoltarle de vuelta a casa. La mujer que regenta el local aprovechará la ocasión para encargar a Sughrue que busque a su hija, Betty Sue, desaparecida diez años atrás, cuando se bajó del coche de su novio en medio de una calle de San Francisco y se esfumó. Sughrue, pese a que considera que la mujer tirará el dinero y él el tiempo, acaba aceptando el trabajo.
En El último beso, lo que empieza como una búsqueda desesperanzada al hilo de los testimonios que Sughrue recaba (el novio, su profesor, su padre, su mejor amiga…), se transforma cuando le dan la pista de que Betty Sue puede que haya participado hace años en una película porno de bajo presupuesto. La ausencia de este personaje hará que sea definido por los puntos de vista de las personas que la trataron, algunos serán coincidentes otros contradictorios. Ninguno anticipará un final feliz o digno y, quizás por ello, el detective se verá cada vez más atrapado por esa adolescente que imagina mujer contemplando su fotografía «bajo el brillo repentino de una cerilla me resultó más familiar, como si nos hubiéramos criado juntos, pero al morir la llama la temblorosa imagen de la película llenó mis ojos ciegos».
Al mismo tiempo que avanza la investigación conoceremos más a este veterano del Vietnam, desencantado y hastiado («el único interrogatorio que había visto en Vietnam me había revuelto las tripas, aunque ya no recordaba si había vomitado por los gestos de dolor del diminuto vietcong, por el regodeo del capitán vietnamita del regimiento rangers o por mi fatiga»), su infancia y la relación con su padre…
En El último beso habrá momentos para el humor, el amor, el sexo, la ironía (no se pierdan el encuentro que Sughrue tiene con un antiguo miembro de una comuna, ahora dedicado a la venta de parcelas) la poesía o la filosofía. Por ejemplo, cuando el detective sale de la casa un director de teatro que se intuye que se aprovechó de Betty Sue, Sughrue se encuentra con una joven que va a entrar: «En vez de rodearla con mis brazos para protegerla, en vez de sermonearla y mandarla a casa, eché a andar hacia mi Chevrolet El Caminito. La juventud lo aguanta todo: reyes bíblicos, poesía, amor… sólo la vence el tiempo».
Los diálogos del detective recuerdan al descaro del Philip Marlowe de Chandler, uno de los autores de cabecera de Crumley:
«Eso, esa soledad, era lo más doloroso. Fui incapaz de ayudarla; de hecho, muchas veces me parecía que mis esfuerzos no hacían sino empeorar la situación: no podía evitar que se sintiera sola.
-¿Ni si quiera en la cama?
-Veo que es un jodido cotilla -protestó sin alzar la voz.
-Deformación profesional»
Sughrue contará a veces con la ayuda o el fardo de Trahearne que le obligará a aceptar su compañía, así como la de Fireball, el buldog que se convertirá en un personaje secundario inolvidable desde las primeras páginas con su afición desmedida a la cerveza.
«Trahearne intentó convencer a Fireball, en plena resaca y por tanto bastante arisco, para que abandonara el asiento trasero, pero quedó claro que el bulldog defendería su posición hasta la muerte».
La vida marital de Trahearne es una historia aparte que tendrá su importancia: está casado con una mujer más joven, Melinda y a pocos metros de ellos vive su exmujer que contrató los servicios de Sughrue con la madre de Trahearne. No destripo nada si os digo que su relación con Melinda no es perfecta. Tampoco, para poner más en valor El último beso, si añado que la trama del misterio de la desaparición de Betty Sue termina un tercio antes del final de la novela. El último tercio saca lo mejor y peor de los personajes y las decisiones que tomará cada uno hará de esta obra una novela negra imprescindible.
Por último, como curiosidad, James Crumley, al igual que su detective protagonista, estuvo tres años en el ejército, en cuanto al alcohol que corre por muchas de las páginas de la novela, el autor no necesitó mucha inspiración: su amigo Thomas McGuane decía que Crumley se bebía «una botella de whisky al día». Por paradojas de la literatura, Crumley influenció a muchos escritores que triunfaron y han sido y son de los más vendidos (Lehane, Connelly…), pero él fue lo que se dice un escritor de culto. Después de leer El último beso entenderán la razón.