Murió con los ojos abiertos apareció en 1984, su autor, Robin Cook, la firmó con el pseudónimo Derek Raymond. Este escritor junto a Ted Lewis y su famosa trilogía de Carter, en la década de los setenta, están considerados como los padres del noir británico.
Derek Raymond nació en una familia acomodada, con dieciséis años abandonó los estudios en Eaton y se lanzó a una vida callejera. Con veintidós años viajó por Francia, España, Italia, Estados Unidos y realizó todo tipo de trabajos para sobrevivir: reparador de techos, croupier, profesor, traficante de automóviles, vendedor de fotografías porno en Soho… Además, durante años, fue taxista nocturno en los peores barrios de Londres lo que le permitió entrar en contacto con los bajos fondos de la capital. Como él mismo cuenta en su biografía, Hiden files, escrita tres años antes de su muerte, colaboró con la banda criminal de los hermanos Kray en el juego clandestino.
Para Derek Raymond «el objetivo de la novela negra era mostrar toda la mierda que el estado, como una vieja criada histérica, intenta constantemente esconder bajo la alfombra. La novela negra levanta la alfombra delante del mayor número posible de personas diciendo: «¿No creéis vosotros también que aquí debajo hay una gran peste que huele a mierda?».
En Murió con los ojos abiertos, el protagonista y narrador es un sargento de la policía que no tiene nombre, ni futuro. Está asignado al departamento de «Muertes inexplicadas», con una posibilidad remota de promoción, porque «trabajamos en las muertes de personas oscuras, sin importancia, irrelevantes que no importan a nadie y que nunca importaron». La muerte de una de esas personas abre la novela: «Lo encontraron entre los arbustos frente a la Casa Palabra de Dios en Albatross Road, West Five», es un hombre «de estatura media, con pelo fino tirando a gris y con una nariz de borracho, entre los cincuenta y los sesenta años». Tiene los huesos rotos, el lado izquierdo de su cara desfigurada y con sus sesos esparcidos por el barro. La falta de restos de sangre indica que no fue asesinado en ese lugar.
El sargento nos va relatando en primera persona sus pesquisas y pensamientos. Simultáneamente vamos escuchando una colección de cintas que la víctima, Staniland ha dejado grabadas. En sus grabaciones Staniland se desahoga, vierte sus ideas, sus sentimientos, los remordimientos de su divorcio con Margo y el abandono de su hija, Charlotte («Tengo que explicar lo que la agonía de su pérdida significa -ella era mi corazón, mi alma, mi otra mitad. Pero yo nunca habría podido decírselo, así que la perdí. Una vez supe que la perdería, de repente preferí perderla de una vez y no esperar»). También revelará su pasión fatal por una mujer, Bárbara («fue incubada en furia como una avispa, y ella morirá en furia. Su promiscuidad es agresión; ella utiliza el sexo para aniquilar un hombre -esta es su venganza por existir. Ella me obliga a afirmarme, luego me mina rechazando tener sexo conmigo y me esclaviza»)
El sargento va componiendo el puzzle de la vida de Staniland a través de esas confesiones, cartas, postales (la víctima, como el propio autor, vivió en Francia) y las entrevistas con cada uno de los personajes que él cita: hermano, cuñada, hijastro… Descubre una vida miserable («no tenía dinero encima. Vivía de las ayudas del Estado. Eso no significaba que estuviera sin blanca. Hoy en día mucha gente hace trampas con las leyes; tienen que hacerlo, tienen que sobrevivir»), en la que muchas personas de su entorno se aprovecharon de su situación («Me di cuenta inmediatamente de que Staniland había sido terriblemente engañado. Lo supe desde el momento en que vi este lugar. Pero engañar a alguien de esa manera desgraciadamente no era un crimen denunciable») Cualquiera de ellas le puede haber asesinado o empujado a morir. El sargento peligrosamente cada vez va empatizando más con la víctima hasta un extremo que sorprenderá al lector.
El sargento siempre se moverá por pisos ocupados, clubs y pubs de mala muerte… Interaccionará con camellos, drogadictos, prostitutas, un responsable de coches de alquiler, un director de banca y un responsable en la BBC. Todos aportarán detalles y enriquecerá el retrato de Staniland. El título de la novela viene de las palabras de Staniland en una de las cintas: «La mayoría de las personas viven con los ojos cerrados, pero yo pretendo vivir con los míos abiertos. Todos instintivamente intentamos que la muerte sea menos difícil para nosotros.»
James Sallis en su introducción a la edición inglesa concluye con las palabras atribuidas a un guardián de Auschwitz: Hier ist kein Warum (No hay porqué aquí) o quizá sea como la vida misma y decisiones aparentemente ilógicas, pero con una lógica interna.
Un año después de su publicación, el director francés Jacques Deray adaptó la novela para la gran pantalla con Charlotte Rampling en el papel de Bárbara y Michel Serrault como investigador. El título de la película sería No se muere más dos veces (On ne meurt que deux fois). No la he visto, pero a juzgar por la sinopsis el argumento se aleja de la original. Puntuación en IMDb un 6,2.
Por último, Murió con los ojos abiertos es la primera de cuatro novelas de la Fábrica, como explica en uno de los capítulos «Los malos la llaman La Fábrica porque tiene la mala reputación de hacer sospechosos en las salas de interrogatorios; la gente que aún piensa que nuestros policías británicos son maravillosos deberían pasar una noche en la Fábrica golpeado o bajo a luz con un grupo de tres». Todas estas novelas están consideradas como obras de referencia en el noir británico: The Devil´s Home on Leave (El diablo vuelve a casa), How the Dead Live, I Was Dora Suarez (Requiem por Dora Suárez). Esta última causó una agria polémica, pero esto será cuando hablemos de ella y de su trascendencia en otra entrada.
Fuentes
Dictionnaire des littératures policières sous la direction de Claude Mesplède – Edit. Joseph K (2007)
Noir Istruzioni per l´uso – Luca Crovi Ed. Garzanti (2013)
Hitching Rides – James Sallis Ed. No Exit Press (2018)
A Quemarropa (1 y 2) de Àlex Martín y Jordi Canal Ed. Alrevés (2019)