Maigret no es Sam Spade, ni Philip Marlowe. Es un caballero con pipa, sin cinismos, ni frases ingeniosas. No duda en empaparse bajo la lluvia vigilando un sospechoso, sentarse a dialogar con un asesino, empatizar con él y averiguar el porqué de sus acciones. Lleva una vida simple y sencilla, centrado en su investigación. Según avance el caso se cruzarán en su camino mujeres hermosas y sospechosas, pero no fatales. Tiene su esposa en casa aguardando su regreso (son los años treinta del siglo pasado) y su mayor recompensa es sentarse cerca de la estufa en su despacho.
Hay persecuciones, pero apenas se oyen tiros. Para colmo, uno herirá a Maigret y, aunque aparente ser un tipo duro, se mostrará dolorido durante el resto de la novela. Es un hombre mortal que sufre, que se siente responsable de la muerte de uno de sus ayudantes, que se ve como pez fuera del agua cuando está en el hotel de lujo y que no le duelen prendas entrar en tugurios y beber al lado de un criminal. El malo será malo, pero también un ser humano. Es una novela negra, alejada de los cánones estadounidenses del «hard boiled». Una novela negra fundacional para muchos de los autores europeos que vinieron después.