Todo. Para empezar, Chandler detestaba al autor de la novela que debía adaptar: James M. Cain y su Double Indemnity (Perdición en España o Pacto de sangre en Hispanoamérica) Acabó aceptando colaborar con Billy Wilder por 10.000 dólares (Wilder cobró 44.000 dólares como guionista, es lo que tiene no conocer Hollywood) Sus tres meses de trabajo conjunto fueron tres meses de tensión y hostilidad constante en la elaboración del guión. Wilder encontró esa atmósfera inspiradora y Chandler deprimente. Wilder no dudaba en provocar a Chandler con pequeños gestos, como llevar puesto siempre el sombrero en el despacho que trabajaban, algo carente de modales para Chandler o entrar y salir del baño para inspirarse (y enervar a su compañero) o jugar con un fino bastón al tiempo que le ordenaba abrir o cerrar la ventana (Chandler dejaría constancia en una carta de queja a los responsables de la productora) A esto se sumaba que Chandler fumaba en pipa (Wilder detestaba el olor) y que no tenía ni idea de escribir un guion. Si Wilder le había contratado era porque su colaborador habitual y oscarizado Charles Brackets (Sunset Boulevard, The lost weekend…) demasiado puritano, le dio calabazas, James M. Cain estaba en otro proyecto con Fritz Lang y el productor Joe Sistrom le pasó una copia de El sueño eterno y le encantó. «Mira por donde, este relamido va a escribir conmigo una de las mejores películas que se van a hacer en esta puta ciudad”
Una curiosidad: Chandler no solo aprendió a escribir guiones, también tuvo su cameo. A los dieciséis minutos de la película «Perdición» o «Pacto de Sangre», hay una escena en la que Fred MacMurray sale del despacho de su jefe. Hay un hombre esperando sentado mientras lee el periódico y que levanta la vista a su paso: Raymond Chandler.