¿Qué tiene «Ya no quedan junglas adonde regresar» para que se alzase con el  VI Wilkie Collins de Novela Negra y el Premio de Santa Cruz (Tenerife Noir), el Novelpol, Morella Trufa Negra, aparte de diversas nominaciones? 

Es una novela negra con tres protagonistas: Mateo Acuña, la inspectora Iborra y un asesino a sueldo. De los tres, destaca Mateo Acuña, apodado “el Gentleman”, un anciano de setenta y dos años,  viudo que tiene siempre presente a su mujer, fallecida dieciocho años atrás: «Hablar con los muertos —pensó—. Se había convertido en un viejo medio loco que hablaba con su mujer muerta, con sus padres muertos, con los amigos muertos que se fueron hace tanto…» Porque con su hijo, profesor en Oklahoma, nunca encuentra un momento en el que hablar. Todos los días no son más que “otro puto día más”, salvo los jueves. Los jueves tiene su cita con una prostituta de la calle Montera, Olga. Por cuarenta euros, durante sesenta minutos, charlan y comen en un restaurante y él deja de ser un viejo y ella de ser una prostituta. El contraste está con los parroquianos del bar desde el que controlan la calle Montera y donde los jubilados, quien más o quien menos, observan las prostitutas como niños golosos los pasteles.   

El segundo protagonista, la inspectora de policía Iborra, tiene problemas con el alcohol y con un marido que se fue de fiesta y no ha vuelto a casa. Por mucho que le llame, saltará el contestador automático y la inspectora solo se podrá desahogar dejándole mensajes. Además, tiene un compañero de trabajo al que tampoco le desagrada el beber en horas de servicio.

«—Es usted una hija de puta.

—No se puede ser honesta sin crearse enemigos. Yo soy una hija de puta y tú un vago. Por eso nos ha puesto juntos. Porque nadie nos traga.

—Lo mío se puede corregir, lo suyo es de nacimiento»

El tercer protagonista es un asesino a sueldo que ha encontrado una nueva vida y una tapadera perfecta hasta que le reclama su jefe mafioso. Todo un personaje, no lo describo para que el lector se sorprenda leyéndolo.

Olga, la prostituta, aparecerá muerta en un polígono industrial y eso desencadenará el deseo de venganza de “el Gentleman”. Carlos Augusto Casas logra hacernos creíble la conversión de un anciano de setenta y dos años, con problemas de salud y sin experiencia criminal, en un fugitivo y justiciero implacable. El Mike Hammer de Mickey Spillane en Yo, el jurado habría palidecido si se hubiera cruzado con «el Gentleman» en Atocha. El personaje no es solo verosímil, sino que, aunque sea capaz de cualquier barbaridad, consigue que el lector se ponga de su parte, hasta cuando confluyan las tres historias. Por cierto, cada una de las tres historias tendrá su final sorprendente.

Una novela negra con su denuncia social de trasfondo: tanto del abandono de los ancianos como de la prostitución. Dos fenómenos que están presentes todos los días en las calles, en las noticias… y no los queremos ver o directamente los obviamos. 

«—¿Tenía problemas con su chulo?

—No, Olga era de las que más dinero ganaba para él. Era. Si no estuviera contenta con ella yo me habría enterado. Además, no le habría hecho esto. Se la habría cambiado al dueño de algún club por otra chica. O por un coche, o la hubiera vendido. Eso es lo que hacen con nosotras. Nos venden y nos compran. Como ropa de segunda mano. Somos mujeres de segunda mano»

Por último, destaco el homenaje al gran Julián Ibáñez y los diálogos y apodos que definen perfectamente a todos los personajes (Herodes, el Mazas…) En más de una ocasión, la ironía, el sarcasmo del autor aumenta la tensión y la amenaza de la reacción inmediata de un anciano que es anciano, pero ni inofensivo, ni tonto. Un personaje que, paradójicamente, irá recuperando su aliento vital a medida que cumpla su venganza mortal. Dejará de ser «el Gentleman» para transformarse en «el señor de la pistola».

«—Hasta un gilipollas como tú tendría que darse cuenta de que no estoy bromeando. Una hora. Si no estás aquí, subiré a tu apartamento de mierda y te volaré la cabeza para que no te vuelvas a poner mal ninguna gorra. ¿Lo has entendido?

—Sí.

—¿Sí, qué?

—Sí, señor de la pistola.»

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