Leo Martín continúa en su puesto de jefe del sector de la policía en el barrio de Santa Clara, donde «la muerte es algo cotidiano (…) La gente del barrio se mata a puñaladas. Se tasajean a machetazos. Se entran a pedradas, a ladrillazos, a tiros». Y esto es lo que dará comienzo a la novela: el asesinato de un hombre trajeado, de los que «no se caen borrachos en la calle. Cuando lo miré de cerca me di cuenta de que le habían reventado la cabeza».

En esta tercera entrega de la serie, Lorenzo Lunar junta nuevamente a Leo Martín con Chago el Buey, su bestia negra en «La vida es un tango». Chago el Buey es el que «controla todos los negocios sucios. Que maneja las putas (…) Putas, drogas, negocios, maricones, proxenetas. Viejas y nuevas cuentas. Nuevas y viejas historias desperdigadas por mi barrio. Una piscina de mierda otra vez frente a mí, para zambullirme en busca de la verdad». Porque el asesinado que acababa de regresar a Santa Clara había trabajado en esa cara B de la noche caribeña. Leo Martín irá interrogando a las prostitutas que él conoce y, al mismo tiempo que le irán dando detalles de la vida del finado, Lorenzo Lunar plasmará las incongruencias, injusticias e hipocresías del régimen comunista. Así, «La Cuqui» trabajaba como «secretaria y querida» de un dirigente sindical. Este «tenía en sus manos giras turísticas por Cuba y el extranjero (…) para premiar a los trabajadores vanguardias. Para satisfacer las necesidades de los dirigente destacados. Para gratificar a sus amistades. Para complacer a su puta». Ella y su familia tendrán electrodomésticos nuevos y el «Período Especial» tampoco afectará a «La Cuqui». En cambio, la madre de Leo, se «alimentaba mirando el noticiero de la televisión». O como otra de las prostitutas, Cleopatra Mantecado, cuyo sobrenombre de «Mantecado» provenía «por la manía (…) de consumir como desayuno, almuerzo y comida el cubano, y entonces baratísimo, dulce de harina y manteca también conocido como «torticas de Morón» o «polvorones». Consecuencia de la miseria».

Lorenzo Lunar derrocha ironía, humor negro, por momentos poesía, mientras nos hace deambular por su barrio de Santa Clara y nos da a conocer sus gentes que se esfuerzan por sobrevivir, encontrar un lugar entre la miseria que se mueven u olvidarse de ella. Para ello, a veces recurrirán al alcohol u otras sustancias y a veces a la música. El propio Lorenzo Lunar hará su aparición en uno de los episodios como un «gordo de casi cuarenta años, con mechas rojas teñidas en su barba blanca y descuidada (…) Loren escribe novelas policíacas. Ya se llevó el premio nacional de novela policial el año pasado y ahora está celebrando que ganó un concurso en España…»

Una novela corta que se lee y disfruta del tirón, sabiendo de antemano que, como buena novela negra, ningún personaje será completamente malo, ni completamente bueno. Todos tendrán sus razones para mentir, engañar, dejarse llevar por sus sentimientos, sus filias y sus fobias.

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