Esta es la tercera novela de Horace McCoy. Fiel a su estilo de novela negra, en «Debería haberme quedado en casa», publicado en 1938, solo hay una muerte, pero no hay investigación, ni ley justa, solo víctimas. Tenemos a Mona y Ralph, que comparten piso y el deseo de hacerse un camino a través del mundo de los extras para lograr el papel y el estrellato en la meca del cine. No les faltan ejemplos: Gary Cooper, Clark Gable… «Todos los caminos guían a Hollywood». Su piso está situado en el este de la ciudad. El objetivo es el oeste: «Beverly Hills, la tierra prometida». Sin embargo, en esa tierra los elegidos son unos pocos y solo unos pocos permanecen en ella.

Por un incidente de Mona con un juez deseoso de autombo, Ralph y ella son invitados a casa de la señora Smithers. Esta mujer sí vive en Beverly Hills, en una lujosa mansión donde «organiza las mayores fiestas en la ciudad». Allí se encuentran productores, directores, guionistas y actores deseosos de que les den una entrevista que les saquen del anonimato o una prueba para demostrar su valía. La señora Smithers selecciona entre esos aspirantes a sus amantes a los que promete ayudarles con todos sus contactos. Se encaprichará de Ralph «un dios griego». Ralph, aunque piensa que ella es «demasiado mayor», deberá decidir si vender su cuerpo para intentar cumplir el éxito que había adelantado en sus cartas mentirosas a su madre. Él no puede volver a su casa natal como un perdedor. Solo podrá volver como una estrella o no volver. ¿Justifica el fin los medios o es simple supervivencia? Porque tanto Mona como Ralph viven de los préstamos que les hacen en el supermercado y de sus pequeños trabajos. El dinero se agota, hay que pagar el alquiler y el teléfono, del que siempre están pendientes porque en cualquier momento les pueden llamar para participar en una película.

El trasfondo es siempre el de la precariedad, la corrupción moral («Esto es Hollywood, amigo mío —dijo— donde la moralidad nunca cruza los límites de la ciudad») el poder omnipotente de los productores, la trituradora que siempre tiene carne fresca dispuesta a sacrificarse, revistas y medios de comunicación que alimentan ese sueño casi imposible. Tampoco faltan menciones al racismo de la sociedad como el caso de “Scottsboro Boys” o las huelgas de los guionistas o actores por las condiciones en las que desempeñaban su trabajo.

La historia la vemos a través de los ojos de Ralph. Los personajes se caracterizan más por lo que dicen e insinúan que por las descripciones que hace de ellos el protagonista. Uno de los personajes, Johnny Hill, promete a Ralph y Mona que escribirá una novela sobre «ese lado de Hollywood que nunca se cuenta (…) La verdadera historia de esta ciudad es sobre gente como vosotros – una niña como tú y un niño como él». Les dejo con la intriga de si el escritor se corromperá o no.

Como curiosidad, Horace McCoy fue también un actor que llegó a aparecer en un corto. Después cambiaría su vocación por la de guionista. De hecho, después de esta novela comenzaría a ganarse la vida como guionista en Hollywood. Entre los directores de sus películas habrá directores como George Marshall (“Texas” con William Holden y Glenn Ford), Raoul Walsh (“Gentleman Jim” o “El mundo en sus manos” con Gregory Peck), Gordon Douglas (“Corazón de hielo”, una adaptación de una de sus novelas, con James Cagney) o Nicholas Ray (“Hombres errantes” con Robert Mitchum)

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