Maldita verdad tiene como protagonista a Olga Bernabé, una enfermera divorciada que trabaja en el hospital y que vive con su hijo adolescente, Daniel. Por la noche, al llegar a casa después de la jornada se encuentra con Daniel, tumbado en la cama escuchando música, el cansancio y el deseo de evitar la enésima discusión hacen que lo ignore. A la mañana siguiente, al ir a despertarlo se dará cuenta de que está muerto. «Le fallaron las piernas, los brazos. Le falló el aire y aulló. Gritó su nombre antes de abrazarse a él, antes de gritarle al oído. Antes de comprender que acababa de perderlo definitivamente».
Todo apunta a que se ha suicidado con somníferos, pero Olga no cree esa versión. Algo más tiene que haber sucedido. Como su exmarido no la apoya y ella no tiene recursos económicos recurre a Raúl Forcano, sobrino de una compañera de trabajo. Raúl Forcano es un estudiante de criminología al que le quedan dos asignaturas para poder licenciarse y que se acaba de mudar al piso de su abuela con la excusa de reformarlo. Los dos se encuentran en una cafetería, el Velódromo, y Olga le expone el caso.
Daniel «no era retraído ni un bicho raro», tenía sus amigos y una exnovia. Olga le entrega al investigador seis hojas blancas con una única frase, «Yo la mato», las letras de hoja en hoja acrecientan su tamaño y todas fechadas con el 29 de cada mes, comenzando el 29 de marzo y hasta el 29 de agosto. Olga encontró esas hojas escondidas en la habitación de Daniel. La muerte de su hijo fue el 28 de septiembre y, antes de morir, borró toda la información de su teléfono móvil: contactos, fotografías, mensajería…
Raúl Forcano recaba información de la directora del instituto, de su tutor, de su exnovia, de su amigo para conocer mejor a Daniel y averiguar la razón por la que se suicidó. En el instituto era uno más, «formaba parte del pelotón», no daba problemas, ni destacó del resto; la ruptura con Sandra, su novia, fue muy dolorosa; su amigo Sergi Montes no cree que se pudiera suicidar, aunque intuía que algo no iba bien.
«Cuando no tenía a mano una nueva novela recurría a alguno de los muchos títulos firmados por Simenon y coleccionados por su abuelo paterno. La mejor herencia recibida. Su as en la manga».
Raúl Forcano acoge en la casa de su abuela a una compañera argentina de clase, Alejandra Batchelli, quien no conoce a nadie en la ciudad y no tiene dinero para pagarse una habitación donde dormir. Pronto se establecerá una complicidad entre ambos y Raúl se sentirá atraído por ella.
Poco a poco las averiguaciones de Raúl Broncano le conducirán al pasado de la familia de Daniel hasta dar con una clave que alterará toda la investigación. Empar Fernández logra mantener la atención del lector a lo largo de toda la novela con un treintañero que no puede enseñar una placa o un carné de detective que le facilite medianamente acceder a la verdad. El estudiante de criminología ha de valerse de tretas y mañas para hablar con las diferentes personas del entorno de la víctima, muchas de ellas menores de edad, o lidiar con personas que lo que quieren es olvidar o no recordar por el dolor que les causa. Además, por si fuera poco, habrá un matón intentará torpedear la investigación y una madre a la que no puede ocultar sus moratones, golpes y preocupaciones.
«Un suicidio es un suicidio, no harán nada más. Dijeron que los suicidas tenían comportamientos inexplicables. Te lo he dicho mil veces. No hablaré otra vez con la policía. No voy a volver a pasar por eso. Además sé que no serviría de nada».
Raúl Forcano lo dará todo por hallar la razón del suicidio, pero no será la verdad esperada. Maldita verdad, como la denuncia de «la cantidad de jóvenes que deciden acabar con su vida. Muchos, muchísimos más de los que la gente se imagina».