En la primera página de Que de lejos parecen moscas aparece un declaración de intenciones con la cita de dos grandes del género negro, Jim Thompson y David Goodis, y del filósofo Karl Marx. La novela arranca en el despacho del protagonista, el señor Machi, en la cúspide de su poder:
«¿Qué es el éxito para él?
Sonríe al espejo y piensa que el éxito es él.
Éxito es una pendeja rubia chupándote la pija, Luisito -piensa sonriente frente al espejo-, el sabor de un Montecristo. Éxito es la pastilla azul y diez palos verdes en el banco»
A partir de este momento y comenzará la cuesta abajo del señor Machi. En una breve conversación telefónica sabemos que la relación con su mujer, Mirta, no es buena. Sale del despacho, se sube a su BM «es una sensación fantástica el asiento. Él mismo eligió el tapizado.
Parece la caricia de un culo joven, piensa el señor Machi».
En su vuelta a casa, pincha un neumático con tres clavos miguelitos. «Esos comunistas de mierda nos tiraban los clavos para que no pudiéramos salir, recuerda. Y el recuerdo le pone en guardia. El animal de la paranoia se despierta en el interior del señor Machi que mira a su alrededor: si esos clavos estaban ahí, es porque alguien los tiró. Y él, con un auto de 200 mil dólares, es un blanco fácil». Al abrir el maletero, se encuentra con el cadáver de un hombre trajeado. No puede reconocerlo porque un disparo le ha desfigurado el rostro.
El señor Machi está convencido de que le han tendido una trampa. Ha de deshacerse del cuerpo y averiguar quién puede estar detrás de todo esto. Buscará un lugar apartado, al mismo tiempo que repasa su círculo cercano y su pasado, analizando quién pudiera haber urdido todo. Robledo Pereyra, alias el Cloaca, su jefe de seguridad, un matón al que el señor Machi le compró su fidelidad cuando amañó un juicio con testigos falsos «no hubo problema porque eso es lo que hago: negocios. Negocios honestos, negocios turbos. Negocios»; el recuerdo de dos «bolches resentidos de mierda que creían estar peleando alguna clase de guerra» que lo secuestraron durante la dictadura argentina, sus conexiones y complicidad con los militares, unas esposas como juguete sexual le harán pensar en sus amantes, su esposa, empleados como el Coco Noriega o el cocinero Carlos Amante…
En la novela no faltan autorreferencias como el novio de la hija del señor Machi, escritor al que Machi no ahorra desprecios y el cual «decidió en ese momento que un día escribiría una novela en la que el señor Machi sería protagonista y en la que le sucederían cosas terribles. Se sirvió un vaso de vino y lo tomó en silencio, sin mirar a nadie». El título de Que de lejos parecen moscas hace referencia a la última de las categorías de una enciclopedia china inventada donde Borges clasifica a los animales en su libro El idioma analítico de John Wilkins. Este libro se lo pedirá la hija del señor Machi y éste, como todo lo que se asemeja a cultura, lo desechará.
En Que de lejos parecen moscas, Kike Ferrari nos da una imagen descarnada de la sociedad argentina, con un todopoderoso señor Machi que todo lo compra con dinero, influencias y violencia. No hay valores o moral, sólo dólares. Sin embargo, ese cadáver en el maletero le recuerda cómo ha llegado hasta donde está y a qué precio. Quizás un precio que nunca se planteó bajo la pátina de hombre de negocios hecho a sí mismo. Ese viaje en la carretera es un viaje por una especie de purgatorio y sólo al final lector sabrá si alcanza el infierno o el paraíso. El giro final sorprendente me ha recordado al de Luna caliente de Mempo Giardinelli y, al igual que ésta, Que de lejos parecen moscas es una novela para releer y disfrutar.