El ahorcado de Saint Phoelien comienza en la estación de Bremen. El comisario Maigret espera a subirse al tren siguiendo a un pasajero desde Bruselas.  Este pasajero llamó la atención de Maigret porque sacó un fajo de billetes de mil francos y aparentemente «no debía hablar ni una palabra de alemán, porque se equivocó de camino varias veces, entró en el restaurante de primera clase y sólo, después de numerosas idas y venidas, acabó en el bufé de tercera donde no se sentó a la mesa». Maigret cambia la maleta del sospechoso por otra igual y, cuando el pasajero se percata de que esa maleta no es la suya, se muestra inquieto y nervioso.  Maigret lo sigue hasta la habitación de un hotel. Allí, a medianoche «la cerradura recortó el espectáculo del joven desplomado en una silla, con la cabeza entre las manos. Cuando se levantó, chasqueó los dedos en un gesto a la vez airado y fatalista.
Y ése fue el final. Sacó un revólver del bolsillo y apretó el gatillo».

El comisario Maigret registra los bolsillos del suicida, pero están vacíos. La maleta contiene un traje negro y dos camisas sucias enrolladas. Sin embargo, el traje no le pertenece, es tres tallas más grande de las suyas, y el pasaporte que dice que se llama Louis Jaunet ha sido falsificado. La única pista fiable será el análisis forense de las ropas y los zapatos encontrados. El traje contiene abundantes manchas de sangre humana. En paralelo, envía la fotografía del fallecido para que la publique el mayor número de periódicos posibles y así alguien pueda identificar el muerto.

El comisario Maigret irá poco a poco tirando del hilo, al mismo tiempo que comienzan a aparecer personajes que no guardan relación aparente con ese trabajador, quien tan pronto era una persona responsable y profesional, como se ponía a beber hasta perder el conocimiento en la habitación de una pensión. No recibía visitas, ni correo. Su esposa a la que abandonó, identificará el cuerpo. Entre esos personajes que se mueven en ambientes distintos a los de Louis Jaunet, pero con los que ha coincidido en alguna ocasión, está el subdirector de «la Banque de Crédit», el señor Belloir o el hombre de negocios, Joseph Van Damme quien se acercó a ver el cadáver en Bremen, ciudad en la que trabaja, y Jef Lombard, un fotograbador.

Los tres comenzarán a inquietarse a medida que el comisario Maigret comienza a averiguar por ejemplo que le dinero que llevaba el suicida provenía de un cheque que había sido firmado por Maurice Belloir, uno de ellos intentará acabar con la vida del comisario, pero ¿por qué?. Poco después, un hombre que dice ser el hermano de la víctima se presenta en comisaría y le dará otra clave que acelerará la investigación, además de averiguar el nombre real de la víctima: Jean Lecoq d´Arneville. Maigret que se sentía culpable de la muerte de ese hombre, no se detendrá hasta hallar la razón que le impulsó a quitarse la vida.  

«Maigret volvió la cabeza, incómodo ante la idea de estar más que seguro de ello, de haber presenciado la tragedia, de haberla provocado inconscientemente».

En El ahorcado de Saint Phoelien, fiel a su estilo desde Pietr, el Letón, Maigret, irá entrevistándose con los tres sospechosos donde ellos viven o trabajan para recabar toda la información posible. Así, en el estudio del fotograbador, Jef Lombard, el comisario se sorprenderá al encontrarse en las paredes acuarelas con el «Leitmotiv de al menos veinte obras, a lápiz, pluma, aguafuerte.
El borde de un bosque, con alguien colgado de cada rama de un árbol… En otro lugar, el campanario de una iglesia y, sobre los dos brazos de la cruz, bajo la veleta, un cuerpo humano balanceándose…»

El comisario resolverá el misterio de una muerte que se produjo muchos años atrás y se le planteará una disyuntiva: hacer cumplir la ley y que el culpable pague por lo que sucedió o, mucho tiempo después, dejar que continúe con la vida que lleva perfectamente integrado en la sociedad. Maigret dictará su sentencia aunque «no estaban seguros de haberle oído bien, porque el comisario había mascullado estas palabras para sí, entre dientes. Y no se veía más que su espalda ancha, su abrigo negro con el cuello de terciopelo que se alejaba».

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