La maldición de los Dain, como ocurriera con Cosecha roja, apareció por entregas, desde el noviembre de 1928 hasta febrero de 1929, en la revista Black Mask. Después, Alfred A. Knopf lo publicaría en un libro en 1929, seis meses después de Cosecha roja, aunque como curiosidad estuviera terminado antes el borrador de La maldición de los Dain que el de Cosecha roja que hubo de retrabajar porque la editorial le solicitó rebajar el número de muertos y atentados con dinamita.

La maldición de los Dain será la última obra con el protagonista del agente de la Continental. De hecho parte del argumento de la novela está en el relato The Scorched Face, publicado en Black Mask en 1925, pero vayamos con la historia.

El señor Leggett ha denunciado el robo de ocho diamantes que le habían prestado para poder realizar unos experimentos de mejora de color. En la puerta de su casa aparece un hombre que se identifica:

«No soy un detective de la policía. Trabajo para la Agencia Continental, me envía la compañía de seguros y acabo de empezar».

El ladrón forzó la puerta de la cocina y se dirigió directamente al armario donde estaban los diamantes. Nadie oyó nada y el ladrón no se llevó nada más. La señora Leggett afirma haber visto un hombre «en torno a medianoche, cuando abrí las ventanas del dormitorio antes de acostarme». Su hija Gabrielle vio ese mismo hombre «cuando volvía a casa una noche, bastante tarde». Ella no estaba sola, venía acompañada de su prometido, Eric Collinson. Él junto a la criada, Minnie, serán los sospechosos. A partir de ahí, el agente de la Continental irá investigando a todos, en ocasiones ayudado por el escritor Fitzstephan a quien «había conocido cinco años atrás, en Nueva York, donde estaba hurgando en los trapos sucios de una banda de falsos médiums que le habían timado cien mil dólares a la viuda de un empresario». Fitzstephan pondrá en antecedentes al agente de la Continental y al lector sobre la familia Legett, la hija detesta a su padre y la madre no tiene mucho en común con su marido. A través de la criada, el agente de la Continental localizará a la antigua ama de llaves del señor Leggett, así descubrirá que Gabrielle no es hija de él y que Alice era su «cuñada». Las dos era de la familia Dain. Poco después Gabrielle desaparecerá.

La trama se irá enrevesando con drogas, sectas, secuestros, ¿un suicidio?, asesinatos, atentados, elementos aparentemente sobrenaturales… Hammett no escatima medios para prolongar la historia, hasta le quita el caso a su protagonista para luego devolvérselo. No es la mejor novela de Hammett, pero vendió tres ediciones, por primera vez apareció una reseña de su obra en el New York Times y es Hammett. Por ejemplo, describe los dos policías encargados del caso como «un hombre fuerte e impasible de cincuenta años, que llevaba sombreros negros de ala ancha como los de los sheriffs de las películas. No había lugar para tonterías en su dura cabeza en forma de bala, y resultaba cómodo trabajar con él» y el otro agente como «un joven grande y jovial, casi con sesera suficiente para compensar su poca experiencia». De una de las mujeres que interviene en la historia dirá que «lo primero que vi fueron sus ojos. Eran enormes, casi negros, cálidos y densamente bordeados de pestañas espesas. Era lo único real, humano y vivo en su cara»

O se puede disfrutar de diálogos como el que tiene el agente de la Continental con su amigo escritor:

«-¿Tu, que te ganas la vida fisgoneando, te estás riendo de mi curiosidad por la gente y mis esfuerzos por satisfacerla?

-Somos distintos -dije-. Yo fisgoneo a fin de meter a la gente en la cárcel, y me pagan por ello, aunque no tanto como debieran.

-No hay mucha diferencia -replicó-. Yo fisgoneo a fin de meter a la gente en los libros, y me pagan por ellos, aunque no tanto como debieran.

-Sí, pero ¿de qué sirve?

-Sabe Dios. ¿De qué sirve meterlos en la cárcel?

-Aligera la aglomeración».

O hay guiños al lector de Cosecha Roja: «Deberías contarle a esa lo que le ocurrió a aquella pobre chica en Poisonville que pensó que podía confiar en ti».

Se trata de acompañar al agente de la Continental que continúa siendo ese personaje que no se fía de nada, ni de nadie, que no teme decir lo que piensa o jugar con las personas para probar que estaba en lo cierto o evaluar hasta dónde son capaces de llegar.

Concluyo con dos curiosidades. La primera, Hammett había trabajado para Albert Samuels Jewelers, «la casa de los anillos de boda afortunados», como jefe de publicidad, por lo que no le haría falta documentarse mucho sobre diamantes. Además, según cuenta Nathan Ward en la biografía del escritor (The lost detective: Becoming Dashiell Hammett, traducido en español como Un detective llamado Dashiell Hammett en RBA) se convertiría en «uno de los amigos más inquebrantables de Hammett, una suerte de benefactor literario». No en vano, Hammett le dedicó esta novela. Y la segunda curiosidad, cuando se publicó La maldición de los Dain, Hammett envió el manuscrito de su tercera novela con la frase «de lejos lo mejor que he hecho hasta ahora»: El halcón maltés.

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