¿Es Crematorio una novela negra? En una entrevista en la Voz de Galicia (16 de marzo 2007) Paco Camarasa decía que «Rafael Chirbes no es un autor de novela negra, pero sus obras Crematorio y En la orilla lo son porque recogen toda una atmósfera que profundiza en la corrupción y mezquindad moral de las personas». De hecho, en la BCNegra de 2016 (XI edición) se le rindió un homenaje póstumo al Chirbes, junto a William McIlvanney.
El punto de partida de Crematorio es la muerte de Matías, el hermano de Rubén Bertomeu, empresario de la construcción. Éste cancela su agenda «Me gustan estos días en los que puedo moverme solo, sin chófer, sin acompañantes que se empeñen en darme conversación, ni me fuercen a cumplir un programa. Además, así, a solas, reflexiono mejor sobre las cosas». En su coche, en soledad, recuerda momentos de la infancia con su hermano y salen a la luz las ideas opuestas sobre la vida, por un lado, el idealismo de Matías y, por el otro, el pragmatismo de Rubén que le ha permitido alcanzar el éxito.
La familia de Rubén Bertomeu ha tomado partido por su hermano, desprecia cómo Rubén ha conseguido amasar su fortuna. Su madre y su hija, Silvia, no ocultan su favoritismo.
«Silvia subía a Benalda para pasarse un domingo entero cocinando, charlando con Matías, mientras a mi casa acuden ella y los niños de uvas a peras, se sientan rozando sólo con la punta del culo las sillas, y apenas termina la comida, se despiden precipitadamente y se marchan con cualquier excusa. Silvia, Juan y los niños; Silvia y Matías. Mi madre y Matías y Silvia. Silvia, a pesar de que odia a Ernesto, el hijo de Matías, intenta hacer frente común con él»
El arte, la arquitectura constituyen metáforas de la vida. Así el hormigón es «más cutre, pero sólo porque es más pobre (…) Lo que ocurre es que te parece poco la ajustada clase media que ha edificado esto. Te sientes preparada para algo mejor. Ese es el problema de viajar desde la más tierna infancia en primera clase con reserva de hotel: ves lo de más arriba y te parece chapucero lo de abajo». Rubén Bertomeu ha dado y da una vida de luja a sus familiares que reniegan de los logros que ha conseguido, pero «no desprecia las participaciones, el aguinaldo de Navidad, todo lo que a ellos les permite vivir muy por encima de lo que puede obtenerse de un sueldo de catedrático y otro de restauradora procede de ahí, los talones que media docena de veces al año pasan a sus manos con cualquier excusa, los ingresos en las cuentas de los niños».
Otros personajes irán matizando y descubriendo más aristas de Rubén Bertomeu. Por ejemplo, su socio de los primeros tiempos, Collado, «su mano derecha, el jefe de obras, recuerda sus peleas con capataces, con el jefe de obras, con el jefe de ventas» y su viaje a México para comenzar a colaborar con un cártel de la droga. «Jugamos sucio un tiempo, Collado (ya no hijo mío, ya no Ramón, ya no la mano apoyada en el hombro, o la palma envolviéndole el cogote), hicimos lo que tocaba hacer, a eso los clásicos de la economía lo llamaban la acumulación primitiva de capital». O, Eladio Sarcós que «era el que se encargaba de la seguridad (…) Le tenía un respeto inmenso, que casi parecía miedo a Rubén». Está también el mafioso Traian el Ruso con el que Bertomeu ha hecho sus negocios sin poder nunca desvincularse completamente de él.
Es una novela intimista. Escrita sin puntos y aparte y en monólogo. Cada uno con su vida, una vida donde todos los personajes han quemado algo o todo de ella. Todos son conscientes del tiempo que pasa y, el mayor de todos, Rubén Bertomeu el que hace el balance más positivo de todos con una sonrisa amarga.
«Me río con la idea (reptil entre las rocas) mientras me miro la piel de las manos llenas de rugosidades y manchas: piel de lagarto, más de saurio que de reptil, pero, en sólo un par de segundos, esa ironía se repliega sobre sí misma, y se resuelve en una nueva sacudida de tristeza, de la que también tengo que defenderme: las manos llenas de manchas, piel mortecina que ha iniciado su degradación, la cara salpicada de manchas que no limpian las cremas hidratantes, los geles rejuvenecedores que, entre bromas, me aplica Mónica por la noche».
Mónica es la segunda esposa de Rubén Bertomeu, treinta años más joven, con gustos diferentes a las de él, pero que le proporcionan una vida de ensueño. Sin embargo, ella ha de pagar un precio, la familia del empresario no la acepta y cuando tienen la ocasión la desprecian. La nieta de Rubén, Miriam le da «apenas un beso si está Rubén presente, mirándolas; sin ni siquiera acercar la cara a la suya si resulta que él no está, contemplándola desde la media distancia a la que se mantiene a un enfermo de gripe para que no te pase los virus o, a veces, ni siquiera dignándose entrar en la casa, hablando desde lejos, desde la puerta, plantada en la grava del camino, como si hubiera llegado antes de tiempo, antes de que Mónica recoja sus maletas y se vaya para siempre».
Rubén fue infiel a su mujer, Amparo. La justificación era que era imposible expresarle sexualmente sus necesidades: «El sexo también tiene su parte hablada. Para poder sentir eso en casa, he tenido que esperar a que entrara por la puerta Mónica, pero ahora ya es más bien tarde. Ahora tienen más contundencia las palabras que la carne y se compadecen sólo a medias las unas con la otra, hay un desequilibrio que da cierto pudor expresar». Por Collado sabremos que en el pasado también hubo prostitutas y fiestas. Una de esas prostitutas, Irina, será la perdición o el momento de tocar fondo de Collado.
La hija de Bertomeu, Silvia, que ha luchado por diferenciarse de su padre, está casada con Juan y tienen dos hijos, Félix y Miriam, y un amante, José María, al que le lleva más de diez años. El tiempo es una constante en todos los personajes. La sensación de haberlo perdido o la frustración de no hallarse donde hubieran deseado. Ella se siente incomprendida por su padre, al que no tomó el relevo en el negocio inmobiliario y prefirió convertirse en una restauradora de arte. «Reponer los aceites, quitar los añadidos, los repintes, la grasa, el hollín, el humo de las velas que han cubierto cuadros y frescos, reparar los craquelados, los clivages que las variaciones de ambiente de temperatura han provocado, ha sido para Silvia una peculiar forma de restablecer la justicia».
En ese afán de hacer justicia, no olvida cómo su padre «tuvo que construir y vender centenares de bungalows prefabricados, edificados en terrenos dudosamente recalificados como residenciales, en ramblas, en barrancos, bungalows mal cimentados en los que sólo se puede vivir durante algunos meses al año, y eso gracias a la relativa benevolencia del clima de la comarca». Eran los comienzos de la especulación urbanística.
Concluyo con la recomendación de la serie Crematorio con un soberbio Pepe Sancho en el papel protagonista y un extracto de la respuesta que dio Chirbes al entrevistador Julio José Ordovás en Conversaciones de la Revista Turia: «Con Crematorio tenía en la cabeza una idea de réquiem o de cantata fúnebre y yo creo que de alguna manera está en el fraseo y en cómo funcionan los capítulos. La idea de música está en casi todos mis libros, pero yo no sé si eso es bueno, es malo o es un vicio».