Bettý abre con un extracto de El cartero siempre llama dos veces (The Postman Always Rings Twice). No en vano, desde las primeras líneas uno piensa en la confesión de Frank Chambers en la novela de James M. Cain. El papel de Cora Papadakis será el de Bettý, pero Arnaldur Indridason introducirá cambios en esa historia del hombre que se deja arrastrar al mal por la mujer fatal de la que se enamora.

Hay dos tiempos en la novela. El presente, donde narrador nos relata su experiencia en la cárcel y el desarrollo de los interrogatorios a los que aún le está sometiendo la policía judicial:

«Hay un espejo enorme y sé que en ocasiones hay gente detrás, aunque no pueda verla. Seguramente altos cargos. Pero no siempre hay alguien observando. Según el comportamiento de los agentes, puedo decir cuándo hay alguien al otro lado. Se les ve más inquietos y están más alerta. Cuidan su lenguaje».

En el segundo tiempo, el pasado, el narrador rememora cómo ha llegado hasta ser encarcelado. Estos recuerdos le sirven para poner en orden sus pensamientos y analizar lo sucedido, aunque tenga la sensación de que estaba condenado de antemano y que no ha sido más que una pieza más en el juego de Bettý:

«Me torturo sin cesar por haberme dejado utilizar. Debería haberlo visto venir.

Debería haberlo visto venir»

Descubriremos que el narrador había abierto un bufete especializado en la industria pesquera tras volver después de un año y medio del extranjero. Al terminar su conferencia en un congreso conoció a Bettý. «Llegó tarde y me fijé en ella inmediatamente porque era… maravillosa (…) llevaba un vestido ajustado de tirantes finos que dejaban a la vista sus preciosos omoplatos, su abundante cabello moreno le caía hasta los hombros y en sus ojos hundidos y marrones relucía un ligero destello blanco. Y cuando sonreía…»

Bettý le ofreció trabajar para su marido, Tómas Ottósson Zöega, «un conocido armador del norte del país. Recordé de pronto haberlos visto a los dos en una revista de cotilleos».

No hará falta que les diga que Bettý con sus encantos, el sueldo suculento del puesto y la reputación que ganaría él vencerán sus iniciales resistencias y reparos y comenzará al mismo tiempo el nuevo trabajo y una relación con ella: «Su rostro se acercó al mío y me besó. Casi instintivamente abrí la boca y sentí su lengua penetrar en mí, ligera, prudente y temblorosa».

El narrador confiesa que siente repulsión por el marido de Bettý «por los hombres que miran a los demás por encima del hombro y realmente creen que nadie les llega a la suela del zapato», el que Bettý le revele que «amo con locura» a su marido, después de haberle sido infiel y que «a veces me pega» porque el narrador se había interesado días atrás por un ojo morado que el maquillaje no disimuló provocan una sensación de extrañeza y fuera de lugar. Bettý se convertirá en el punto de referente y la que dé sentido a sus días «cuando me hablaba de sus deseos y sus ilusiones, sentía cuánto me atraía, sentía cuántas cosas teníamos en común, incluso experiencias similares de las que podíamos hablar libremente y sin vergüenza cuando empezamos a conocernos mejor. Mi interés se transformó poco a poco en un desenfrenado amor por Bettý y por todo lo que tenía que ver con ella».

Guiado por Bettý darán rienda suelta a su pasión encontrándose a la mínima posibilidad que tienen. Los abusos de la pareja de Bettý irán a más, pero ella no concibe una vida sin el lujo que le permite su relación y «sé que me quiere porque, de los más de tres mil millones de coronas que creo que tiene, una buena parte irá a parar a mí en caso de que fallezca antes que yo».

El dinero como sinónimo de felicidad o medio imprescindible para ella, marcará el futuro de los dos. No les hace falta huir para saber, como en el clásico de James M. Cain, que no podrán estar juntos sin dinero, el amor no es suficiente. Si han de estar juntos, será con el dinero del testamento. Bettý lo dirá abiertamente «A veces pienso en un accidente (…) Hay quien pierde la vida en accidentes de tráfico. Otros se caen escalando. O mueren alcanzados por una bala perdida. Se caen a un río. Se atragantan con un hueso de pollo. La gente muere continuamente. Pero a quién le toca ya es pura casualidad. No existe ninguna regla. No hay más que forzar una de esas casualidades».

El narrador lo rechaza, pero poco a poco Bettý sabrá ponerle en la situación en la que no habrá marcha atrás. Arnaldur Indridason irá creando una telaraña de personajes secundarios, lugares y acciones que cobrarán todo el sentido en la parte final de la novela cuando se revele el plan de Bettý y el secreto del narrador. Sí le advierto que, hacia la mitad de la novela, la maestría de Arnaldur Indridason le hará releer una escena violenta en unas pocas líneas y las siguientes del capítulo para descubrir al lector que ha de cambiar de perspectiva. Ahí lo dejo.

Por último, sí me gustaría subrayar la idea de Arnldur Indridason de tomar el clásico de El cartero siempre llama dos veces y darle una vuelta de tuerca con elementos de intriga y thriller, como curiosidad, para los lectores de la obra de James M. Cain, les adelanto que el crimen se cometerá adaptándolo a la geografía de Islandia. Lean Bettý y El cartero siempre llama dos veces (The Postman Always Rings Twice) y disfruten.

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