Justo de Carlos Bassas del Rey compartió en 2019 el premio Dashiell Hammett de novela negra en la XXXII edición de la Semana Negra de Gijón con El último Hammett de Juan Sasturain. Justo es el protagonista setentón de esta novela ambientada en Barcelona, aunque bien se podría decir que la ciudad condal es la otra gran protagonista. Una ciudad en la que los locales cierran, los edificios se venden y los barrios se transforman. Sus habitantes simplemente mueren y se olvidan. Justo se mueve o se aferra a la Barcelona de su memoria, con la que se identifica, la otra Barcelona le resulta extraña. Así su rutina siempre pasa por el bar Damián quien ha conservado sobre la puerta «una vidriera con dos peces silueteados con veta de plomo.
Uno verde.
Otro azul.
Una virguería.
Cuando todo está en silencio, los puedes oír nadar».
Justo es consciente de que ese mundo desaparecerá con ellos, pero mientras viva ahí está.
«Aquí solo venimos los viejos. Los que aún somos capaces de nombrar las tiendas que han desaparecido, a los que han muerto en la diáspora, varados en alguna residencia, en algún apartamento tutelado».
Justo nos cuenta su día a día en la ciudad condal. La mañana comienza en el bar Damián con una noticia que sacude al barrio: Han asesinado a el Milongas. Ese mismo día, Justo va al centro de salud, donde le atiende Olga. El Milongas era su ex y el que la maltrató físicamente. Para decepción de Justo, ella parece haber lamentado su muerte. Justo, no.
Antonio, el que «siempre ha sido el hermano del Milongas» toma las riendas del negocio de los bajos fondos «sospecha que ha sido alguien del barrio. Debe encontrar el culpable o cargarle el muerto a otro; si no, empezarán a pensar que ha sido él.
Ya lo piensan muchos.
Ya lo piensa el señor Cervantes».
El señor Cervantes «es el dueño del cotarro en Ciutat Vella» y «trafica con todo lo que pueda sacar un beneficio».
No tardaremos en saber que Justo es el que ha asesinado a el Milongas y alterado el status quo de la ciudad. Justo tiene una misión que ha de llevar a cabo. Es su destino. Su madre se lo recordó:
«No lo olvides, Justo, tú eres uno de los treinta y seis». Fueron sus últimas palabras en vida. Porque tras la muerte de Eva empezó a darme otra vez la tabarra».
Carlos Bassas nos mete en la piel de Justo desde las primeras líneas. Un personaje que se nos muestra vulnerable, porque sabe que puede haber cometido algún error, se relaciona con los parroquianos del bar Damián y tiene a Remedios «aunque nuestra relación se limita a un alivio de soledades, también hay cariño.
Pero nunca nos hemos enamorado.
Tampoco nos hemos generado dependencias mutuas.
Sí nos hemos respetado.
Siempre.»
La prosa cuidada, por veces poética, de Carlos Bassas, el estilo directo del protagonista y narrador de esta historia de justicia (o venganza, según se mire), la soledad del personaje («me asalta la pregunta ¿habrá alguien que llore por mí cuando haya muerto?») su condena o destino que le guían a hacer lo que tiene que hacer y el marco de la ciudad de Barcelona, espejo y testigo de Justo, construyen una novela redonda. Una novela de las que se releen disfrutándola. La trama se irá complicando por momentos, pero mejor no contarles nada de los asesinatos, de ese policía que se acerca peligrosamente, ¿traiciones?, misiones imposibles…
Una recomendación personal, si no han leído Ya no quedan junglas adonde regresar de Carlos Augusto Casas, háganlo y compararen cómo dos protagonistas ancianos con un mismo fin planean llevar a cabo sus objetivos de forma distinta y por motivaciones diferentes. En ambos casos, les puedo asegurar que tanto Augusto Casas, como Carlos Bassas han creado dos protagonistas inolvidables ¿qué más se puede pedir? ¿Un Justo en nuestras vidas? Ahí lo dejo.