En Prohibido fijar cárteles (2019) el protagonista narrador era el Tijeras, en Narcopiso el Pirri tomará el testigo con más de un guiño a esta obra anterior:

«Desde que tuve el primer ramalazo de conocimiento supe que lo que más me molaba era ponerme: tabaco, priva, pirulas, ácidos, perico, caballo…, lo que fuera. Fue bonito, tengo que reconocerlo. Hasta que me di cuenta de que era un jodido adicto. No me percaté de ello un día, así como quien chasquea los dedos, claro. Entre pedo y pedo, los momentos introspectivos (palabreja de los huevos) de reflexión eran mínimos. Me fui coscando poco a poco».

Estamos en Canillejas, en el barrio universal de Gómez Escribano donde vamos poblándolo novela tras novela con nuevos personajes. En Narcopiso tendremos a Cortecín, bibliotecario e hijo de El Cortezo, el cual tenía «un sitio mal iluminado. Tenía tres armarios llenos de esas novelas. No tenía morro, el pavo: le llevabas dos y te las cambiaba por una, y si llevabas una, te la cambiaba por otra y tenías que pagar suplemento. Si no llevabas ninguna, te cobraba lo que le salía de los cojones». En el barrio hay garitos como el de Julito quien «por más que mandara a toda la clientela a tomar por culo con más frecuencia de lo recomendable, por más que les dijera que en numerosas ocasiones que se fueran a otro bar, que lo dejaran en paz, que lo tenían hasta las mismísimas pelotas, allí se juntaban siempre los mismos, incluido yo, el tipo raro de los crucigramas y las novelas, un borracho más entre todos los clientes borrachos». Este será el punto neurálgico, allí además de el Pirri, que se sienta siempre a leer o hacer crucigramas en la misma mesa «la mesa siete, la llamaba, a pesar de que había solo cuatro. Pero era mi mesa, a ver si no la podía llamar como me saliera de los huevos», en la barra están el Perla y su contrapunto, el Araña; en otra mesa, la Carmen «una adivina que echaba las cartas o leía la buenaventura»; el Kilo el mejor informado en el barrio, también el que siempre está pidiendo por «su afición a las máquinas tragaperras»…

Un día esa rutina se ve alterada por la petición de Dionisio, «el presidente de una comunidad de vecinos en una calle de al lado». Tienen un piso okupado, «según creían los vecinos había una mafia de por medio porque los echaban y al día siguiente el piso volvía a estar okupado, y lo que era peor: los notas ejerciendo la misma actividad, es decir pasar droga (…) hacían sus necesidades en los descansillos y en los tramos de la escalera, sin olvidar las peleas: en un par de ocasiones había habido incluso navajazos. Hasta habían amenazado a algún vecino que les había llamado la atención».

Dionisio y los vecinos han comprobado que la policía no les puede ayudar y que la justicia es ineficiente. Por ello, ofrecerán a el Perla un dinero por conseguir que desahucien de forma definitiva a los okupas. El Perla sabe que no puede hacerlo solo por lo que recurre a el Araña, el Tijeras (sí, el mismo de Prohibido fijar cárteles, al que «si hacíamos caso a las habladurías, puede que el nota fuera una máquina, si era verdad aquello que se hablaba de que entre él y su difunto colega el Lejía se habían cargado a una mafia rumana o rusa») y el Pirri. El Pirri tendrá sus dudas, el presagio de la Carmen tampoco le da ninguna tranquilidad, pero no hace falta decir que aceptarán el encargo, no solo por el dinero, sino por el orgullo y la gente de barrio. Sin embargo, enfrente tendrán al mafioso, el Loco, quien además cuenta con la colaboración de un policía corrupto, el Tocho, que le hace de guardaespaldas.

Durante los preparativos para hacerse con el piso, surgirán dos nuevos personajes: un inesperado y sorprendente aliado para el Pirri y Lola, una mujer que entra y sale de la vida de Pirri, iluminándola y dándole otra dimensión al personaje.

No les cuento nada de la trama para no destripar la novela, si han leído obras anteriores de Gómez Escribano, les diré que esperen eso y más. Si no han leído nada de él, tendrán realismo sucio (no apto para amantes de lo políticamente correcto, la realidad es la que es) perdedores entrañables, diálogos y reflexiones de humor negro, giros en la trama que descolocarán (esa Lola) y cuidado con encariñarse con los personajes (es una novela negra, no es Disney).

A todo lo anterior hay que añadir guiños a autores y obras clásicas de la mano de El Cortecín, títulos de libros que se compran en la acera a un euro, comentarios que provocan más de una sonrisa haciendo referencia a Ravelo, Ameixeiras, Bruen… O referencias a películas y actores de los años ochenta y noventa: Pulp Fiction, Stallone, Bronson…. Y, al igual que hiciera en Prohibido fijar cárteles, habrá una aparición del mismo Gómez Escribano en su novela.

Canillejas es un barrio que se puede encontrar si se quiere mirar en cualquier ciudad, como dice el protagonista de Narcopiso «Canillejas no era Antón Martín, de la misma forma que La Haya no es Ámsterdam ni Seattle es Nueva York. Aún así, vimos a los mismos notas y a las mismas pibas, seres humanos que se levantaban de la cama con un único objetivo: levantarse y ponerse. Almas perdidas salidas de una novela de Goodis que, sin embargo, eran las que hacían que el Loco y otra gente como el Loco se llenaran los bolsillos mercadeando con la vida y la muerte». Realismo sucio y novela negra ¿qué más se puede pedir?

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