Ogro de Altea Cantarero comienza el 15 de septiembre de 1965 con la llamada que el padre Lobo realiza de madrugada al inspector jefe y amigo Eusebio Cánovas. Ha encontrado «una monja muerta en la capilla del colegio», aunque «al principio le costó distinguirlo, el cuerpo no parecía un cuerpo humano.
Ya no parecía una persona.
Las niñas internas aún dormían.
Sin saberlo, la hermosa ciudad de piedra, sauces y poesía había quedado ya tocada por la desgracia de un ogro desconocido».
El inspector jefe de la Brigada de Investigación Criminal, apodado Elcano, junto con el subinspector Ángel Tuñón serán los principales investigadores del caso. Altea Cantarero concentrará la mayor parte de la acción entre las paredes del internado porque la fecha del 15 de septiembre no es casual, es el de la festividad de la Dolorosa y la que da nombre al colegio: El Sagrado Corazón de la Dolorosa.
Eusebio Cánovas y Ángel Tuñón habrán de lidiar con la madre superiora Etelvina Marcos cuya máxima prioridad será «salvaguardar el buen nombre y la discreción de sus monjas. Agua pasada no mueve molinos, y más vale lavar los trapos sucios en casa» y la directora, la madre Mercedes del Oso, que si bien no tiene una buena relación con la primera, considera que «el día debía continuar y la vida seguía adelante, pese a aquella abominación, pese al terror».
Las alumnas son internas «a pesar de las malas comidas, los rezos interminables o las costuras obligadas, había mucho de privilegio (y sacrificio familiar) en su pupilaje. Y las amistades eran tan intensas, tan urgentes en su consuelo…». Poco a poco, Altea Cantarero nos irá presentando las vidas de esas adolescentes: Polonieta, Olvido, Marita, Pilarín…. su complicidad con la madre Libertad, la cual tiene una conexión especial con el padre Lobo e iremos intuyendo un hecho que las marcó y que unas alumnas ocultan y otras hablan de sacar a la luz. Este hecho tiene relación con la monja asesinada, la madre Pura.
«Polonieta Quijano todavía se despertaba llorando, en secreto, algunas noches sin luna
En silencio. Escuchando a los ratones»
Para completar el cuadro, aparece la noticia del crimen de la capilla con todo lujo de detalles en El Caso, «ese semanario feo y de porteras que a todo el mundo le da vergüenza confesar que lee y, todo el mundo lee…» y, peor aún, harán un seguimiento de cerca de los pasos que da la policía.
«El cadáver, tumbado en el altar como una ofrenda pagana y sacrílega, estaba desnudo. Los senos pequeños casi rozaban el mármol, cada uno por un lado, circundando de forma grotesca el espectáculo del pecho destrozado».
Cánovas y Tuñón irán interrogando a las monjas y a las niñas hasta que toda la investigación se reorienta cuando una de las internas revela el secreto que puede ser el móvil del crimen.
Todas las piezas del misterio irán encajando sin explicaciones rocambolescas, ni fantasiosas. De hecho, Altea Cantarero facilitará al lector más información de la que disponen los policías, pero únicamente la información justa para jugar con él, tal y como hace con los nombres de los personajes. La autora crea escenas de gran tensión y fuerza. Por ejemplo, asistiremos a momentos concretos (una excursión, una clase de costura…) del curso pasado, donde los comentarios o diálogos de las alumnas, aparentemente banales, adquieren un tono sombrío por las intenciones ocultas que el lector adivina por los personajes aludidos. Otro ejemplo es cuando la madre Libertad se encamina ignorante hacia un peligro del que el lector es conocedor o la policía pasa por alto un detalle crucial… Todos los personajes sospechosos ocultan algo, como si todos hubieran sido un ogro en algún momento de sus vidas o llevaran uno en su interior.
Para terminar de enriquecer la novela, hay el trasfondo de la historia criminal de la época. Los investigadores no pueden dejar ningún cabo suelto y buscan antecedentes o pistas sobre el posible asesino porque «la brutalidad del crimen y la puesta en escena estaban por encima de cualquier consideración racional o política».
Ogro no es simplemente una novela de ambientación histórica donde hay que resolver un misterio. Se percibe el amor de la autora por la ciudad, sentiremos el frío del patio y sus calles, y el peso de la religión (sin clichés). Es una novela policíaca con un regusto clásico que se agranda con el discurrir de la acción y con unos personajes muy bien trabajados. Hay un canto a la amistad, al amor, al compañerismo y una prosa cuidada que hace de su lectura una delicia. Esperemos que pronto podamos leer el siguiente caso.