Matarte lentamente es una novela negra, coral en la que, a medida que encajamos las piezas del rompecabezas que Diego Ameixeiras nos entrega al inicio, descubrimos un cuadro negro en el que el dinero es un fin y una necesidad, en el que los personajes viven sus dramas, rencores y remordimientos y que, en cierta manera, buscan un equilibrio por el que pagarán un precio. Se confunde justicia y venganza.

Estas son las piezas del rompecabezas:

Por un lado, tenemos a una joven quinceañera que va a pasar la noche a casa de su prima, Helena, universitaria de dieciocho años, para poder concentrarse mejor antes de un examen de matemáticas. El padre es reacio, pero con la aprobación de la madre, solo puede discutir. «Andrés coloca las manos detrás de la nuca y vuelve a clavar los ojos en el retrato de la primera comunión. Efectivamente, hace tiempo que Claudia ya no es aquella niña inocente y angelical del pasado».

Por otro lado, tenemos un padre de familia, Ramón que ahoga en alcohol su impotencia por la enfermedad de su hijo pequeño. «Ramón se odia por no estar a la altura de las circunstancias, por no ser ese padre modélico que se enfrenta con firmeza a los infortunios de la vida. Todo el mundo sabe que no es justo que un niño tan pequeño, hijo de unos padres humildes y trabajadores, tenga que pasar por esa enfermedad». La esposa de Ramón, Irene, por el contrario lucha por recaudar todo el dinero posible para la operación de su hijo. Ramón es taciturno, ella se relaciona con toda la gente del barrio.

«Podrías ser modelo. Tacones altos, vestido muy ceñido, mirada altiva. Hay gente que nace con clase. A ti no te costaría aprender a desfilar por una pasarela, se nota que sabes caminar con estilo. Lo llevas dentro». Diego Ameixeiras nos presenta así a la joven ecuatoriana, Daniela Alvarado, quien espera poder tener un futuro mejor en España, para ello habrá de pagarse el pasaje haciendo de mula.

Hay una reunión de afectados de las preferentes a los que un abogado les explica su situación (nada halagüeña). Hay la noticia de una pareja de ancianos que se ha suicidado y sobrevuela la idea de que pueda estar relacionado con la estafa de las preferentes. A su vez tenemos «el hombre más respetable del edificio» (antes conocimos a su mujer) que es el director de la oficina bancaria.

Una detective privado termina el encargo de un posible fraude de baja médica, sin conceder al cliente la respuesta que él espera. Termina su contrato. «Nuria se queda sola en su despacho. Siente rabia por el trato que le he dispensado el cliente, pero no tarda ni un segundo en olvidar su mala educación. Hora de irse. Guarda el móvil y la agenda en el bolso, apaga la luz y sale a un pasillo estrecho y mal pintado, lleno de puertas en las que que hay placas de academias y asesorías jurídicas. En el vestíbulo se cruza con un vecino que la saluda con desgana, como siempre».

No adelanto al lector cómo las diferentes historias se entrecruzarán mostrándonos un abanico de finales en los que nada sale como esperaba y, de una forma u otra, se vivirán pequeñas tragedias: unas acabarán en muerte, otras en giros que marcarán un antes y un después en la vida de los personajes y otras concluirán con futuros sombríos.

Por último destaco que el título de la novela proviene del diálogo, o mejor dicho, confesión que uno de los personajes realiza a otro y en el que expresa su remordimiento por el mal causado. Esto provocará que el otro personaje reaccione con las palabras: «Sería capaz de matarte lentamente. Solo para verte sufrir». De todas formas, el lector sabrá que el arrepentido y muchos de los personajes son muertos en vida, solo que mueren lentamente. Sus vidas están condenadas porque para sus acciones pasadas no hay marcha atrás.

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