Frédéric Dard publicó su primera novela con diecinueve años y con veintiocho, en 1949, comenzaría la serie literaria de mayor éxito en Francia: San Antonio, el comisario del servicio secreto. En total se publicarían con el mismo protagonista, ciento setenta y cinco novelas, de las cuales él fue el autor de ciento setenta y cuatro, la última que fue escrita por su hijo, Patrice Dard.
Frédéric Dard no se limitó solo a San Antonio, escribía una media de cinco novelas por año. Tiene en su haber tiene más de trescientas obras con diferentes pseudónimos y, entre ellas, las que él mismo denominó sus novelas de la noche (Romans de la nuit) y que reagrupó en una antología de siete títulos. Seguro de muerte es el primero.
Paul, un funcionario prejubilado recién llegado de la colonia africana de Bakouma (Oubangui-Chari) y con un hígado enfermo se instala en Sologne. En esta región ha comprado una casa a un viudo a través de una publicación de anuncios especializados. Lleva una vida ociosa y acude a comer todos los días a un pequeño local a dos kilómetros de su casa. Allí, un día se entera de que una mujer se suicidó bebiendo un veneno por la infidelidad de su marido. Al día siguiente, entre unos periódicos encuentra una carta de la víctima. El protagonista concluye que no se suicidó, sino que fue asesinada por quien le vendió la casa. Este descubrimiento y la soledad que siente le impulsan a tomar la decisión de casarse. Nuevamente recurre a un anuncio. Recibe nueve cartas y responde a una. Se encuentra con Mina y surge la chispa. «Ella era extraña y bella… A la vez calmada y apasionada, segura e inquietante. A pesar de sus cabellos grises, su hijo, su aspecto sobrio, estaba bien la mujer… La mujer paradoja a la sombra y a la luz, la mujer hecha para calmar, para causar problemas…»
Ese mismo día la mujer le presenta a su hijo, Dominique quien le da su bendición. Mina es viuda y todo bondad y cariño. Se casan poco tiempo después. Viven días apasionados, hasta que una carta de Dominique anunciando que se ha lesionado provoca que Mina se vaya de casa de Paul para cuidarlo y, ante esto, Paul decida acogerlo durante su convalecencia. La relación con Mina cambia radicalmente, se vuelve más fría y distante. Un día ella le cuenta a Paul que sufre una enfermedad cardiaca que puede significar su muerte en cualquier momento. Por ello, Mina contratará un seguro de vida con beneficiario Paul «así pagaré mi deuda moral contigo». En reciprocidad, Paul decide hacer testamento dejando como heredero a Dominique, un artista sin ningún talento para la pintura. De esta forma, le quitará una preocupación a su amada.
Dominique, recuperado de su lesión, trabaja en la parcela de la casa y se encuentra casualmente un frasco pequeño que contuvo el veneno. Paul tiene la prueba de que el antiguo dueño de la casa asesinó a su mujer. Casi contemporáneamente, a través de diferentes indicios y observaciones del protagonista, el lector sospecha que tanto la mujer como su hijo están planeando su muerte y que no son quienes dicen ser.
Llegados a este punto lo normal sería que el autor desarrollara el resto de la historia desenmascarando tanto a la mujer como al hijo, pero Frédéric Dard hace esto en apenas unas páginas. Estamos solo a mitad de la novela y el protagonista se plantea que, puesto que ellos le han mentido y han atentado contra su vida (o eso supone él porque solo tenemos su versión), está autorizado a hacer su justicia. «Quería saborear mi venganza y quería que ella fuera mía. Me la había ganado. ¿Acaso no había comenzado toda esta aventura con la mejor de las intenciones del mundo? ¿Las más nobles? De víctima me convertía en justiciero, era lo normal, casi lo lógico».
Del estilo de Frédéric Dard destaca sus diálogos y el tono que le da a sus historias. La voz del narrador, en primera persona, se acaba convirtiendo en una persona de carne y hueso. El periódico Le Monde le ha denominado «el ventrílocuo de la literatura». Emplea un lenguaje coloquial, como si estuviéramos en la barra de un bar escuchando a un amigo, hasta habrá detalles o descripciones que el propio narrador dirá que no prefiere revelar o explayarse por pudor. El lenguaje es coloquial, incluyendo palabras y pensamientos sórdidos y frases que resuman lo que otro habría escrito en un capítulo… Esto imprime una gran velocidad a la novela en la que hay giros y golpes de teatro que le tendrán pegado a sus páginas hasta la última frase, porque hasta el último momento uno puede encontrar con que nada sale conforme planeado o previsto, ya sea como protagonista o como lector.
El editor y librero François Guérif señalaba de sus romans de la nuit que «si bien no estaban siempre muy bien construidos, siempre había una atmósfera de mala fortuna que planeaba siempre sobre las cabezas de la gente…»
En el apartado de influencias hay que señalar que el argumento de Seguro de muerte es deudor de James M. Cain. El móvil del dinero en forma de seguro de vida y el triángulo amoroso remite a Perdición o Pacto de sangre. No obstante, Frédéric Dard muda el punto de vista de los victimarios a la víctima y le da todo el protagonismo. Los otros dos grandes referentes clásicos en el universo de Dard son William Irish (Cornell Woolrich) y William Burnett.
Dos curiosidades: La primera, en 1957, el jurado del Grand prix de littérature policière le dio el galardón nacional a Dard por Le bourreau pleure (El verdugo llora) y el extranjero a Patricia Highsmith por The Talented Mr Ripley (El talento de Mr. Ripley). La segunda curiosidad, Esa muerte de la que tú hablabas fue llevada al cine en 1961 por Edmon Gréville con el título Les Menteurs (Los mentirosos), donde un tal Claude Chabrol tenía un pequeño papel. Por último, les transcribo parte de la entrada del Le Nouveau Dictionnaire des auteurs de Lafont-Bompiani que le dedicaba Alain Quesnel: «Aquí, la intriga policíaca se pliega a un análisis psicológico de los más finos que revela una visión pesimista de la condición humana. Dard puede legítimamente estar situado al lado de Céline, Marcel Aymé, o Roger Nimier, por su rechazo desesperado de la “tontería universal”»