Charles Willeford publicó Nueva esperanza para los muertos (New hope for the dead) después del éxito de Miami Blues el año anterior. A sus sesenta y cinco años, tras su primera novela en 1953 High Priest of California, obtenía el éxito y su obra con títulos como Pick Up, Gallo de pelea (Cockfighter) o Una obra maestra (The Burnt Orange Heresy, 1971) se revalorizaba.
En esta segunda entrega del detective Hokey Moseley, profundizamos en su vida personal y profesional con la compañera que le habían asignado en Miami Blues: Ellita Sánchez. Una compañera con la que le cuesta conectar, no ya solo por ser mujer, sino también por la diferencia cultural. Ellita es cubana.
«A veces, cuando quería hacer algún comentario humorístico, de la forma que lo habría hecho con su compañero, Bill Henderson, y luego la miraba, con esos enormes pechos voluptuosos y maternales en esas blusas holgadas de seda que ella siempre vestía, y se mordía la lengua».
A Hokey Moseley se le complica su existencia. Primero, ha de mudarse del hotel Eldorado donde trabaja como vigilante a cambio de una habitación gratis, a una casa dentro de los límites de Miami.
«Los oficiales de policía estaban obligados a llevar siempre con ellos sus placas y sus armas, estar listos para hacer arrestos fuera de horario laboral o ayudar a cualquier policía en apuros (…) Parecía lógico para el nuevo jefe de policía que si los mil oficiales de policía vivieran dentro de los límites de la ciudad, habría una reducción considerable en la tasa de criminalidad».
Segundo, a la dificultad de encontrar un alquiler que se pueda permitir, se le suma que su exmujer, sin previo aviso, le envía sus dos hijas adolescentes a vivir con él. Su exmujer ha decidido mudarse con un exitoso bateador a Los Ángeles.
Y tercero, en la esfera profesional, Moseley ha de investigar junto a Ellita la muerte por sobredosis de un joven. Todo apuntará a un suicidio, pero la cantidad de dinero encontrada en la habitación y, posteriormente, la visita inesperada de dos hombres a casa del fallecido dará un giro a la investigación. Además surge una atracción mutua entre la madrastra del joven, Loretta B. Hickey, y Hokey Moseley. Por último, el comisario, en un año de ajuste presupuestario, ha dado con la forma de conseguir mejoras económicas: ocuparán los puestos de nueva creación que «significarán un extra de ochocientos dólares al año para los ascendidos». Para ello rescatará del archivo casos sin resolver (de ahí el título de la novela), intentarán solucionarlos esta vez y presentarlos como brillantes actuaciones para ganar puntos en esa carrera por el ascenso.
Los tres hilos argumentales se entrecruzan en la trama: Ellita, las hijas y la casa y la investigación de la muerte del joven junto con los casos sin resolver. En el trasfondo, como nos mostró en Miami Blues, Charles Willeford continúa reflejando cómo se transforma Miami con la inmigración. La búsqueda de la casa será la excusa perfecta para guiarnos por los diferentes barrios «con más de la mitad de la población de Miami siendo de una mezcla de varios latinos, pero principalmente cubanos, y con más refugiados salvadoreños y nicaragüenses viniendo a diario» y qué calles evitar cuando Hokey Moseley advierte a sus hijas de las zonas a evitar: «South Beach no es la verdadera Miami Beach que veis en las películas. Si mirasteis por la ventanilla del taxi anoche, y prestasteis atención, habríais notado la diferencia. Al norte de la Decimosexta hay turistas en las calles, luces, tiendas y restaurantes abiertos, etcétera. Pero tan pronto como alcanzáis la Decimoquinta, de ahí para abajo, no hay gente por ninguna parte de noche. En las esquinas, veréis dos o tres latinos, quizás, pero ninguno anciano dejará sus habitaciones después de que el sol se ponga».
Charles Willeford continúa con su tono irreverente, con reflexiones fuera de toda convención y una vida personal desastrosa en la que nada parece salirle a derechas. Por último, el humor aunque macabro (por ejemplo, en una escena, un preso fuerza a su compañero de celda a comerse una toalla por haberla utilizada sin su permiso, el detective se pregunta si era de manos o de cuerpo), provoca una sonrisa en el lector. Un lector al que Willeford siempre desconcierta con el desarrollo de las tramas y logra, a pesar de todos los despropósitos e infortunios que le suceden al protagonista, que nos enamoremos de Hoke Mosely. Un policía mordaz, avejentado y caradura.