Este es el comienzo de Cuando gritan los muertos de Paco Gómez Escribano: «Es difícil ser creyente cuando lees aquello de “… y Dios creó al hombre a su imagen y semejanza…” luego conoces al Cuqui, un psicópata amnésico, borracho, camorrista, politoxicómano, atracador y expresidiario, vamos, un hijo de la gran puta. Pero un hijo de puta de barrio que, al fin y al cabo, siempre lo es menos que uno de esos listillos con estudios que en cuanto tocan poder roban, desfalcan y asesinan como si nada. Y luego échales jueces, que te sueltan una legión de abogados que trabajan para bufetes de esos con nombres pomposos y no hay quien los trinque».  También conoceremos a el Mochuelo quien será el narrador de lo que le sucedió después al Cuqui, un personaje popular en el barrio, admirado por unos y odiado por otros. El Mochuelo, además de testigo, es memoria de lo que aconteció en el barrio a través de las vivencias de su hermano mayor y sus colegas, entre ellos el Cuqui, antes y después de que «comenzara a rular el caballo y se engancharon, como tantos otros. Una cosa era sirlar una chupa molona en el metro a unos pijos del barrio de Salamanca o mangar una moto o un coche para darse una vuelta, y otra tener que robar cada día, por necesidad, para quitarse el mono». El grupo de su hermano mayor y el Cuqui será detenido y caerán en las manos de el Dandy y dos policías corruptos que les ofrecerán un trato que parecerá perfecto, hasta que dejó de serlo.

A lo largo de la novela, el Cuqui va recordando a fogonazos su pasado y lo que ocurrió ese día fatídico. Otro superviviente de ese golpe malogrado es el Tente, con una pierna amputada, y, como no podía ser de otra manera, también vive en el barrio. El Mochuelo, demasiado joven, no participó en ese golpe y tuvo la suerte de saber parar a tiempo en el consumo de la heroína cuando vio que «empezábamos a estar rodeados de muertos», pero no ha podido abandonar del barrio «para la gente como yo no hay oportunidades, nadie te regala nada. Así que eres tú mismo el que tiene que agarrar las cosas por la fuerza, no hay otra». El Mochuelo se dedica a trapichear mercancía robada, drogas…

El compañero de aventuras de el Mochuelo es el Elena. Los dos interactúan con otros personajes que pueblan el barrio, cada uno con sus taras o movidas, o ambas. La bodega de el Litri es donde se desarrolla buena parte de la vida social y suena música de los Burning, Kortatu… En esa bodega, un día el Tente y el Cuqui decidirán vengarse por lo que les hicieron a ellos y a sus amigos. El Mochuelo tomará también una decisión.

La novela no es solo esa venganza. Es una novela de pundonor, de orgullo, dignidad y fidelidad (véase el personaje de Reme Shiffer). Por mucho tiempo que haya transcurrido, por muy fatales que sean las consecuencias o el futuro incierto si triunfan, ellos estarán ahí. Como siempre, no faltará el humor más o menos negro como las razones o acciones con las que el Litri se gana el apodo de el Guarro, el perro alcohólico de el Elena (¿homenaje a James Crumley?) o la sonrisa que provoca al lector al leer el nombre del psicólogo que le da nombre a una plaza o el dueño del bar de Salem.

El barrio de Paco Gómez Escribano es Canillejas, pero sus personajes borran los límites de ese barrio del que sabemos que nunca podrán salir definitivamente o volverán irremisiblemente a él, como el Cuqui o el Lejía de Prohibido fijar cárteles , como tantos otros en otros tantos barrios de otras ciudades y otros países.  No se pierdan Cuando gritan los muertosSi el clásico portugués dijo que «Lo universal es lo local sin paredes», Paco Gómez Escribano ha volado las paredes.

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