Sin más preámbulos, les transcribo el comienzo de Siempre hay alguien a quien matar: «La lluvia cae con furia suicida sobre la terminal del ómnibus de Los Médanos. «El agua relampaguea como si surgiera del manantial de los infiernos», garabateo en mi libreta de apuntes mientras espero en el bar a que amaine la tormenta y vengan a buscarme».
Con este arranque no hará falta que les presente a Guillermo Orsi como maestro de novela negra o que les enumere los premios conseguidos, entre ellos, el II Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona por Nadia ama a un policía y el Premio Hammett con la novela Ciudad Santa .
Volvamos a Siempre hay alguien a quien matar. Francisco Molinari, el protagonista de la novela, un escritor, divorciado acude a Los Médanos atendiendo la llamada de Celia, la hermana de un antiguo amor, Tamara.
«-Tenés que ayudarnos, Paco. La policía ensucia todo, la prensa ya se está haciendo el festín. Y mi hermana sigue ahí, tirada en la morgue».
Francisco Molinari se pondrá manos a la obra y con ayuda de otros dos personajes: Calzada, un médico forense y «un cana gordo de provincia que ha sabido llegar a comisario esquivando los balazos del par de tiroteos en los que le tocó intervenir».
En esa ciudad desierta se estrena una obra de teatro: «Lady MacBeth». Una obra condenada al fracaso antes de que levanten el telón y, al mismo tiempo, una hermosa metáfora de la que se servirá Guillermo Orsi para representarnos la corrupción y el ansia de poder. En ese mismo teatro habrá uno de los giros que te obligará a seguir leyendo entrada la noche.
Guillermo Orsi alterna secuencias en las que Francisco Molinari recuerda su pasado con Tamara y fantasea su reencuentro con ella y una realidad presente que va desvelándose cada vez más escabrosa. Hay escenas que recuerdan a clásicos de hardboiled y del oeste y otras secuencias de tensión máxima. Nadie puede confiar en nadie. Los malos siempre se esconden y cuentan con todos los resortes del poder corrupto. Al que no se le puede comprar, se le mata. Al que intenta ir más allá de lo acordado, se le mata… y Siempre hay alguien a quien matar. Todo ello, sin que falte sus momentos de humor negro, socarrón.
No puedo desvelar mucho de la trama sin destripar los distintos giros de la novela, solo les adelanto que todos los personajes, por secundarios que sean, cuentan y que habrá páginas en las que, como lectores, estaremos tan desorientados como el protagonista que no sabrá si finalmente se puede fiar de uno o de otro o si el plan propuesto oculta segundas o terceras intenciones. Francisco Molinari está en una partida de ajedrez que le viene grande y se sabe peón. Siempre hay alguien a quien matar es una novela negra que se disfruta leyendo en voz alta para apreciar la cadencia de las palabras y el ritmo de los frases. A propósito, si son de los que subrayan los libros, afilen el lapicero porque rara será la página en la que no señalen alguna oración o diálogo. Les aseguro que no volverán a oír caer la lluvia igual y que no podrán dejar de leer más de Guillermo Orsi.