Alicia Giménez Bartlett comenzó con esta novela la exitosa serie de la inspectora Petra Delicado. La inspectora recuerda ese «año lleno de acontecimientos. Estrené la nueva casa, una vida independiente y las circunstancias, más que el destino, hicieron que me fuera encomendado mi primer caso y que, consecuentemente, entre nieves y bienes, conociera al subinspector Garzón». Petra Delicado está frustrada en su puesto de documentación. Su «brillante formación» como abogada y su paso por Ávila solo le han servido para que la consideren «una intelectual, además era mujer y solo me faltaba la etnia negra o gitana para completar el cuadro de marginalidad». Todo esto cambiará una noche cuando el comisario Coronas le encargue su primer caso serio:
«-El inspector González ha tenido un accidente esquiando. Quiero que, mientras él esté de baja, usted ocupe su puesto».
Esa misma noche conocerá al subinspector Fermín Garzón, «un hombre bragado que la secundará bien. Tiene mucha experiencia de servicio en la calle».
El caso al que se enfrentarán será la violación de una chica de diecisiete años. El violador le ha dejado una marca por encima de la muñeca: «un círculo perfecto hecho por minúsculos alfilerazos, unos junto a otros». Una especie de flor. Antes de que den con el hilo del que tirar, el violador actúa por segunda vez. El entorno de las víctimas tampoco proporciona ninguna pista. Con la tercera violación «el asunto pasó a ser pasto de toda la prensa nacional».
Por una parte tenemos la investigación policial del caso y el acercamiento de Petra Delicado y Fermín Garzón. Cada uno con gustos y filosofías de vida opuestos, pero que irán poco a poco encontrando un lugar para el entendimiento (hasta en la guerra de sexos). Por otra parte, la vida privada de Petra Delicado: se ha divorciado dos veces. Su primer ex se casa con otra mujer y quiere quedar con ella con la excusa de una firma necesaria para vender una propiedad compartida. Su segundo ex la visita continuamente, incapaz de pasar la página de su ruptura. Para rematar todo, a la dificultad de enfrentarse a su primer caso, tiene que lidiar con el sensacionalismo de un programa de televisión líder de audiencias y la espada de Damocles de que les quiten el caso para dárselo a alguien con más experiencia. Petra Delicado utilizará todas sus armas para intentar evitar que esto suceda.
Hay mucho trasfondo en el caso. Asistimos a cómo reacciona cada una de las familias ante el crimen que ha sufrido su hija, cómo se puede aprovechar la televisión del drama personal para ganar telespectadores y comprar testimonios, también el origen humilde de alguna de las víctimas, le permite a Giménez Bartlett denunciar la situación de esa «cohorte de jóvenes desheredados que andaba deambulando por la ciudad. No se trataba de marginados, ni de delincuentes, en realidad todos estaban más o menos integrados en la rueda social. Sin embargo, por lo que pude ir comprobando, la rueda parecía pasarles por encima y aplastarlos sin consideración. Si no estaban en paro, desempeñaban empleos salidos del subsuelo laboral».
Petra Delicado se equivoca, sus predicciones no se cumplen, sufre prejuicios y, a su vez, ella prejuzga a otros, tiene momentos de arrojar la toalla, decepciones, enfados y alegrías… En resumidas cuentas, un personaje de carne y hueso con el que Giménez Bartlett al asociarla un compañero viudo, cercano a la jubilación, rompe todos los estereotipos de superpolicías y superdetectives de acción que resuelven los problemas en un abrir y cerrar de ojos. Todo lo contrario, en Ritos de muerte, hay procedimiento policial, callejones sin salida, y una investigación que les lleva tiempo, mucho tiempo… No nos importa, porque Giménez Bartlett y Fermín Garzón son ya de por sí dos casos que vamos descubriendo y amando.