Estamos en un barrio de Huelva, aunque podía ser en otra ciudad, otro país y seguir siendo el mismo barrio. Mario Marín delimita este barrio universal con una geografía concreta:

«Tiene el BBVA con el kiosco de los ciegos al lado, frente a Berlanga. La Caixa con el MAS y la frutería Los Cuñados enfrente. El Monte con su mierda de logotipo, el Banesto frente a Los Ángeles de la Salud, el videoclub Las Delicias, las inmobiliarias, los dos restaurantes chinos con el punto plástico chino, el bazar de la mora pezonera, el estanco, los bares, las ferreterías, un montón más de negocios y hasta dos talleres de coches y hasta una parroquia, la de Santa María Madre de la Iglesia.

Y la vivimos gente muy barriera, poco dados a salir por los alrededores. Al centro casi nunca»

La novela comienza con los dos hechos sobre los que girará la acción: «hacía un año del suicidio de Luisa y casi cuatro de la muerte de Cati». Luisa es la novia de Domingo, el narrador en mi primera persona, y Cati «amiga de mi madre», amante de Julito, uno de los amigos de Domingo. La mujer murió accidentalmente al golpearse «la sien en la esquina del macetero del ficus» cuando estaban haciendo el amor.

Domingo y sus amigos viven, se drogan, beben y trapichean rodeados de los suyos. Mario Marín nos transporta con una prosa que combina el lenguaje coloquial, por veces soez, con momentos líricos y nos integra como uno más entre los miembros de la pandilla. El lector es testigo directo de las conversaciones de los personajes, por momentos es el confesor de Domingo, con sus alegrías, tristezas o desfases. Hay comentarios del día a día, en el que no faltan los programas de la televisión que siguen: «Mi amigo Andrés compra en el barrio, bebe, come, tima, fuma y folla en el barrio, es fan de Jordi Hurtado. Si quiero tomarme una cerveza con él, solo tengo que pasarme por el Daro a la hora de Saber y Ganar«.

Son jóvenes sin futuro que uno se imagina treinta años después, más perjudicados y viviendo en las mismas condiciones e informándose de los sucesos del barrio en su bar habitual. El grupo de amigos son como miembros de una familia que se apoyan sin fisuras y sin preguntas y les une, además de la amistad, su filosofía «invencionista».

«Nosotros los invencionistas nos cagamos en todo lo religioso, por eso tenemos lo que tenemos. El cielo para su puta madre. Y los milagros detrás. Ni otra vida ni sus muertos. Te levantas, te tomas un café solo, te haces un canuto y llamas al portero de Javi»

«A nosotros nos gusta pensar que la vida está amortizada. Y la segunda parte se aprovecha. Si no eres un mierda que te mueres con diez o doce, una vaina rollo leucemia o movidas de niños, si llegas bien a los quince y empiezas a follar como un chivo, a drogarte con todo lo que veas y a beber para dos, entonces es cosa de aguantar. Mantenerse. Después están los dieciocho y los veinte. Seleccionas las drogas, la bebida y las tías. Es normal ¿no te flipas de aguardiente y marihuana? Pues no te pones. ¿Mejor el Barceló que el Havana Club? Pues ciego de Barceló. Si gordas, gordas, si tetas como cuajarones de nata, pues ahí las tienes. Más altas… para este. Más morenas… para el otro»

En este canto a la amistad y a la vida, hay escenas hilarantes, surrealistas y trágicas. La muerte también sobrevuela la novela. Una novela que seguro que lee y relee, con personajes y situaciones inolvidables… Es lo que tiene la buena literatura.

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