Raymond Chandler compuso su primera novela, El sueño eterno, «canibalizando» tres de los veintiún relatos que había escrito para Black Mask desde 1933: El testigo (Finger Man, 1934, donde apareció por primera vez Philip Marlowe) El asesino en la lluvia (The killer in the rain, 1935) y El telón (The curtain, 1936). El resultado fue una obra que se convirtió en un clásico imprescindible para todos los amantes del género negro.

La historia comienza con Philip Marlowe llegando «alrededor de las once de la mañana, a mediados de octubre» a casa del general Sternwood. Ha ido recomendado por el fiscal del distrito para el que Marlowe trabajó hasta que le despidieron «por insubordinación». Dentro de un invernadero, sudando, el general le encargará que solucione una deuda de una de sus hijas. El general tiene dos hijas: Vivian «malcriada, exigente, inteligente y bastante despiadada» y Carmen «una niña a la que le gusta arrancar las alas de las moscas. Ninguna de ellas tiene más sentido moral que un gato. Yo tampoco. Ningún Sternwood lo tuvo». El general cuando había recibido otro intento de chantaje se había apoyado en su yerno, el irlandés Rusty Reagan. Sin embargo, tras un matrimonio fulgurante con Carmen, desapareció sin dejar rastro. Antes de abandonar la mansión, Carmen interrogará a Marlowe por las intenciones de su padre y si investigará la desaparición de su marido. Marlowe no está interesado en ello. Marlowe tirará del hilo que le proporciona el remitente de la carta que reclama esas «deudas» a Carmen.

A partir de ahí, todo se complicará. Geiger, el dueño de la librería que reclama esa deuda de Carmen, realmente no es librero, sino que regenta un negocio pornográfico que salpica a Vivian. Al mismo tiempo, a medida que avanza en sus investigaciones, todos los personajes insisten en que encuentre a Rusty Reagan.

Marlowe es un personaje solitario, con un código moral estricto que se impone, pero no impone a nadie. Celoso de su intimidad y su espacio, capaz de rechazar dinero que multiplique sus honorarios («veinticinco dólares por día y gastos – cuando tengo suerte») o sexo cuando no le conviene o no lo haya pedido. Marlowe no está casado «porque no me gustan las mujeres de los policías», al que tampoco agradan las formalidades («¿Tengo que ser educado? -pregunté- «¿O puedo ser natural?) y un buscador de verdades, si bien siempre protegerá a su cliente que es el que le contrata y al que le debe fidelidad.

Todo ello con unas descripciones que te trasladan de una escena a otra, sin tampoco preocuparte demasiado por una trama que a veces se vuelve confusa o que directamente te conduce a callejones sin salida.

 «La habitación era demasiado grande, el techo demasiado elevado, las puertas demasiado altas, y la alfombra blanca que iba de pared a pared tenía el aspecto de una nevada en el lago Arrowhead». Mención a parte los diálogos que imponen un ritmo endemoniado cuando no una sonrisa irónica, cómplice. Dos ejemplos: el primero, a la salida de su entrevista con el general Sherwood, el mayordomo informa a Marlowe que Carmen, una de las dos hijas del general, quiere verle. Se entrevistan y cuando Marlowe se despide del mayordomo:

-«Se equivocó» -le dije-«La señora Reagan no quería verme»

Él inclinó su cabeza platead y dijo educadamente: «Lo siento, señor. Cometo muchos errores».

El segundo ejemplo, Marlowe ha recuperado un sobre con una fotografía en la que Vivian aparecía desnuda. Carmen «sacó la foto y se quedó mirándola, desde dentro de la puerta. Tiene un hermoso cuerpo pequeño ¿verdad?

-Uh-huh.

Ella se inclinó hacia mí. «Tendría que ver el mío», dijo con mucha seriedad.

-¿Lo podemos organizar?»

Las ventas de El sueño eterno con la editorial Knopf fueron alrededor de trece mil ejemplares, con más éxito en Francia e Inglaterra que en Estados Unidos. Sin embargo, una vez que Howard Hawks adaptó la novela con Humphrey Bogart y Lauren Bacall como protagonistas, la fama de Chandler se disparó. También se debe a Hawks la famosa pregunta al escritor cuando estaban rodando la película: «¿Quién mató al chófer?» y la respuesta de Chandler «Ni idea». Tampoco hace falta, lo importante es disfrutar de la lectura y de la literatura con mayúsculas.

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