Francisco González Ledesma es uno de los padres de la novela negra española. Su primera novela, “Sombras viejas”, ganó el Premio Internacional de Novela y la censura franquista. Con la llegada de la democracia sus novelas cosecharían más éxito en Francia que en España.  Escribió un total de once libros con protagonista el inspector Méndez. Por lo menos, su tercer Méndez, “Crónica sentimental en rojo” obtuvo el Premio Planeta en 1984, el sexto “El pecado o algo parecido” el Hammett, compartido con José Latour y “Una novela de barrio” el I Premio RBA de Novela Policíaca en 2007.

“El pecado o algo parecido” comienza con el asesinato de una mujer y el encubrimiento de la muerte en un prostíbulo de “un cliente de gran importancia”. Se sucederán más crímenes. Sin embargo, la verdad es que descubrir quién es el culpable o el asesino es lo de menos. Lo importante es el camino que recorre nuestro protagonista, su visión descreída de la realidad, su crítica constante por un presente o un pasado no siempre mejor.

El inspector Méndez es un inspector atípico: “he hecho muchas investigaciones y al final nunca he detenido a nadie. Quizá porque he pensado que te detiene la muerte. Pero a veces también te puede detener la vida”. Por si fuera poco, se encuentra “a punto de jubilarme, tengo artrosis, reúma, ciática, impotencia y seguramente sífilis congénita”. Con este diagnóstico no esperen persecuciones a toda velocidad, peleas, tiroteos, asesinos en serie o mujeres fatales… Habrá escenas en prostíbulos, pero González Ledesma no se recreará en lo fácil, sino que subrayará la juventud pasada y la parte oscura que tienen todos los personajes. Da igual que sea un rico empresario o un obispo, todos cometen pecados “o algo parecido”. Méndez se moverá entre Barcelona y Madrid, unas ciudades que cambian y que cuesta reconocer, aunque al mismo tiempo sigan siendo esas grandes ciudades. “Cuando Méndez llegó a Madrid, la ciudad estaba viviendo un delicioso y podrido otoño. La luz oblicua penetraba en el estanque del Retiro y dibujaba sobre él la estatua de Alfonso XII, las siluetas de los remeros, las lenguas audaces de los enamorados y la mano castellana que busca virgo castellano, tal vez con la mayor desesperanza”.

Por un lado, Méndez se sabe diferente, “los tiempos han cambiado” y marginado en su comisaría “sin destino, sin trabajo y a disposición de todas las autoridades correspondientes”. Por otro lado, dispone de la libertad de ir a donde le plazca, pagándoselo de su bolsillo, e incluso cambiar de país, acceder a las escenas de crimen o interrogar a los testigos con su placa.

Les podía contar más pormenores de la novela, reseñar los secundarios que acompañan a Méndez en sus investigaciones, pero prefiero invitarles a que disfruten de las andanzas de este inspector, fiel a sus principios, que asistan a sus diálogos irreverentes, provocadores, filosóficos… y se sorprendan con los descubrimientos y giros que irá teniendo la novela (hasta la última página y sin trampas) Si no han leído a Francisco González Ledesma, seguro que no será lo último que lean.

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