Francisco Alejandro Méndez nos trae la tercera entrega del comisario Wenceslao Pérez Chanán. En esta ocasión, la novela comienza con una avalancha humana en las gradas del estadio Doroteo Flores que causará una tragedia en Guatemala. Unos días después el comisario presenciará otra masacre. En concreto, en la Zona 2: casi todos los miembros de la familia Figueroa han sido asesinados en su casa. “Sentimientos encontrados, imágenes crudas y llantos lejanos atravesaban la cabeza del comisario”. Por una serie de indicios parecerá que ambas tragedias estén relacionadas.
Iremos descubriendo relaciones familiares conflictuales y amistades peligrosas. Habrá método policial, persecuciones, situaciones complicadas (“aunque cargaba una .22 en la espalda, no era suficiente para enfrentarlos, ya que lo superaban en número y calibre”), tensión y, por encima de todo, un personaje principal: el comisario Wenceslao Pérez Chanán. Un comisario, afectado de la gota, que siempre está comiendo «mani garrapiñado», bebe Predilecto y escucha a Héctor Lavoe siempre que puede. No es el típico comisario con una vida personal desastrosa y alcohólica. Al contrario, cuando llega a casa, descarga su arma e intenta desconectar de su trabajo en compañía de su mujer Wendy, cinco hijos, a quienes no les dedica todo el tiempo que quisiera, y Muñeca, una perra adoptada para evitar su sacrificio y a quien le encanta los bordes de las pizzas.
El comisario cuenta con dos detectives a sus órdenes directas: Fabio y Enio. Con ellos bebe en el “Pulpo Zurdo” o se reúne en un privado de “La Dolorosa”, donde se ponen al día de las diferentes líneas de investigación mientras comen lo que les sirve doña Carmen: “los platos equivocados. Como de costumbre, los detectives no hicieron el cambio y cada quien comenzó a comer lo que no había ordenado”.
Francisco Alejandro Méndez, Premio Nacional de Literatura «Miguel Ángel Asturias» en 2017, nos transmite en esta novela corta su amor por los primeros clásicos del género negro. Tiene el ritmo de una novela por entregas: capítulos cortos, dinámicos que harán inevitable que se lea de un tirón.
Por último, como curiosidad, el título “Si Dios me quita la vida” está efectivamente tomado de la célebre canción interpretada, entre otros, por el mexicano Javier Solís. También, según el autor ha comentado en alguna entrevista, se inspira en su experiencia como periodista para relatar sus historias (desgraciadamente presenciaría la tragedia en el Mateo Flores).