Emmanuel Carrère escribió esta obra inspirándose en la vida de Jean-Claude Romand. Un importante científico, casado, padre de dos niños que vivía en Francia y que iba todos los días a trabajar en Mercedes Benz a la Organización Mundial de la Salud, en Ginebra, a no ser que estuviera de viaje por todo el mundo asistiendo a coloquios, congresos… Además, semanalmente visitaba a sus padres antes de dirigirse a Dijon, donde impartía clases. Todo se torció la noche del nueve de enero de 1993, cuando su casa ardió. En su interior los bomberos encontraron tres cadáveres: sus dos hijos, asesinados con arma de fuego y su esposa de un fuerte golpe en la cabeza. Jean-Claude es llevado al hospital inconsciente. Cuando la policía llegó a la residencia de sus padres para comunicarles la desgracia los hallará muertos junto a su perro.

En sus investigaciones, la policía descubrirá que, desde los veinte años, Jean-Claude Romand estuvo mintiendo a todo el mundo. Se había creado una vida, una identidad ficticia, ni si quiera acabó la carrera de medicina. No tuvo ningún trabajo. No cogía ningún avión, sino que se alojaba en un hotel cerca del aeropuerto. Para más detalles, Jean-Claude se leía una guía del país con la que defendía sus viajes imaginarios a su vuelta, les traía regalos que había adquirido en la tienda de la terminal y se iba a la cama, «cansado por la diferencia horaria». Sus amistades, su mujer, sus padres nunca lo sospecharon. De hecho, su mejor amigo, Luc inicialmente no dio crédito cuando le informaron de que «vuestro mejor amigo, el padrino de vuestra hija, el hombre más recto que uno conoce ha asesinado a su mujer, sus hijos, sus padres y que además os ha estado mintiendo desde hace años en todo».

Emmanuel Carrère se carteó con el asesino, entrevistó a diferentes personas de su entorno, visitó los lugares donde vivió y paseó, siguió el juicio y estudió todo el proceso hasta la condena final. Partirá del punto de vista de Luc «estaba convencido que un día cuando cumplieran sesenta, setenta años y desde lo alto de sus años, como desde una montaña, mirarían juntos el camino recorrido», pero también se meterá en la piel de los padres y de Corinne, la amante por un corto periodo de tiempo de Jean-Claude y quien también estuvo a punto de ser asesinada por él.

Emmanuel Carrère nos mostrará al protagonista sin el aura de tragedia que le hubiera gustado al acusado, víctima de su propia mitomanía, sino plasmando los momentos en que hubiera podido arrepentirse, ser descubierto o cambiar. Por ejemplo, cuando se matricula en el tercer año de medicina, no se presenta a los exámenes y, sin embargo, dedica igual de tiempo a leer otros libros de medicina o simular que los está estudiando. Además revelará cómo era capaz de mantener su alto nivel de vida: estafaba a su círculo cercano. Gracias a la confianza que habían depositado en él, le habían dado el dinero de la pensión, de la venta de una casa o ahorros para invertirlos en cuentas en Suiza a un tipo de interés alto.

Emmnanuel Carrère logra el difícil equilibrio entre empatizar con el asesino y ponerse en la piel de cada uno de los personajes, muchos de ellos sufrirán las dolorosas consecuencias de su comportamiento. Del primero nos explicará sus patrones de conducta y la lógica interna de sus acciones. De las víctimas, tendremos una de las escenas que dará título al libro y más impactantes. Cuando van a a morir a manos de su hijo, los padres de Jean-Claude, católicos practicantes, imagina que en lugar de ver a Dios «habrán visto, con los rasgos de su hijo bien amado, aquel que la biblia denomina satán, es decir «el adversario». Y es que, donde no llega la razón, Emmanuel Carrère consigue con la intuición y la recreación de los momentos darnos una explicación a algo tan absurdo, como real. El dramatismo se acentuará en las últimas páginas cuando se ve que Jean-Claude está abocado al final que anunció al comienzo del libro. No importa. La prosa de Carrère te atrapa, te hipnotiza y te mantiene en tensión desde la primera hasta la última página. Será raro si no consigue leerlo del tirón.

Para concluir, el autor sintetizará en la frase final de un artículo de «Libération» lo que le cautivó del personaje: «Y se iba a perder, solo, en los bosques del Jura», porque también Emmanuel Carrère nos confesará sus bloqueos, sus dudas sobre cómo afrontar el caso y comparará su propia vida con la de Jean-Claude Romand. No dejará de sorprenderse de lo absurdo de todos los hechos. Una vida absurda, mentiras absurdas que se hubieran desmontado con una simple llamada de teléfono y unos crímenes horrendos. 

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