Un clásico del género negro y, sin embargo, no hay detectives privados, ni policías, ni mujeres fatales, ni investigaciones, ni persecuciones. En las dos primeras líneas sabremos quién es el culpable, el crimen cometido y la víctima. “Me levanté. Por un momento vi a Gloria de nuevo, sentada en ese banco del muelle. La bala acababa de penetrarle en la sien; la sangre aún no había comenzado a fluir. El brillo de la pistola todavía iluminaba su rostro…”

La historia está narrada en primera persona por el protagonista y asesino Robert Syverten. Está delante del juez, ante una sentencia que sabe condenatoria. ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué ha matado a quien consideraba su amiga? En el tiempo que al juez le lleva pronunciar el veredicto, explicará cómo ha llegado a cometer ese delito.

Estamos en los años de la gran depresión en Estados Unidos. Robert es un aspirante a director de cine, que nunca ha rodado un corto y a quien no le han permitido acceder a ver un rodaje. Volviendo de los estudios de la Paramount, por un equívoco, entabla conversación con Gloria. Aspirante a actriz, que no ha sido capaz de inscribirse en la “Central” para que le llamen como extra. Se conocen, se caen bien y surge la idea de apuntarse a un maratón de baile tan en voga en aquellos tiempos y que continuarían hasta la Segunda Guerra Mundial. En esos tiempos de miseria, un maratón de baile era todo ventajas para los participantes: comida asegurada, un techo, una cama y un premio, si ganaban, de mil dólares (más del sueldo medio anual de una persona) con la ventaja añadida de que, durante la competición, podía que alguna de las estrellas de cine que asistían reparasen en ellos y los contratasen.

Las reglas del baile son sencillas: Descansan diez minutos, cada dos horas y tienen que estar en continuo movimiento. Luego el espectáculo se animará más, se harán competiciones en las que las parejas habrán de recorrer la línea blanca y la pareja que dé menos vueltas será eliminada. Si uno de los dos se lesiona o está cansado (todos están cuidados por doctores y enfermeras) su pareja deberá dar el doble de vueltas para que cuente como una. ¿Y organizar una boda en directo? Eso atraería a más público. Como ve, los programas de telerrealidad o de cotilleos de sobremesa no han inventado nada nuevo, o los humanos no hemos cambiado casi un siglo después.

Los días se suceden y Gloria empieza a cansarse y tomar consciencia de que todo es un espectáculo y ellos son los toros de la corrida, los gladiadores del circo en el que no faltan patrocinadores, un público entregado y estrellas de cine.  Y lo que es peor, cuando acabe todos volverán a sus vidas miserables. Y a Gloria no le gusta la suya, ni el futuro que intuye.

Son capítulos cortos, intercalados por una página, donde se va leyendo la sentencia entrecortada con grandes caracteres. Poco a poco, Horace McCoy nos irá sumergiendo en esa corrupción moral y social del sueño americano. Algunos se sabrán condenados, otros no. ¿Qué hacer cuando el caballo tan querido se ha roto una pata? “¿Acaso no matan a los caballos?”

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