Durante la investigación, apoyado por el sargento Manolo, se irán alternando los recuerdos de cuanto vivió en su época de estudiantes, junto a su amigo “El Flaco”, con los testimonios de cada una de las personas que trabajaron o se encontraron con Rafael Morín en las fechas previas a su desaparición. En el trasfondo siempre estará La Habana con sus colas, sus bajos fondos, sus miserias, sus rons y sus gentes.Mario Conde se irá sincerando con su amigo “El Flaco”, en silla de ruedas por haber recibido “un balazo en la espalda” en Angola y con Tamara. Es a ella a quien cuenta la dos razones por las que se hizo policía. Una la desconocía, el destino y la otra “porque no me gusta que los hijos de puta hagan cosas impunemente”. Hacia la mitad de la novela, el teniente plantea a su compañero de investigación su gran duda sobre el Rafael Morín: “¿No te parece que es Papá Dios magnánimo, intachable, buena gente, haciendo el mundo y repartiendo favores y simpatías y viajes como si fuera el dueño de los truenos? ¿O te parece que es un hijo de puta redomado que lo calculaba todo y le encantaba tener poder?” La respuesta y el desenlace se sabrá a pocas páginas del final.
Mario Conde con su ética, amigo de sus amigos, su escepticismo, consciente de sus debilidades y prejuicios, juega lo mejor que puede y sabe las cartas que le han dado y donde se las han dado.